VII
EL LOCO
Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blancura gris de Platero.
Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente.
―¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!
…Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos ―¡tan lejos de mis oídos!― se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte…
Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados, jadeantes, aburridos:
―¡El lo…co! ¡El lo…co!
Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, Editorial Andrés Bello, 1995.

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ResponderEliminarQué bueno José que hayas traído al Juan Ramón de "Platero y yo"; estos poemas en prosa decididamente también son y funcionan de maravillas como minificciones. Y como ponen en fuga, en particular este que has elegido, aquellos conceptos sobre el no uso de adjetivos, el ser descriptivos y no sé cuántas otras pamplinas. Hay muchas maneras de componer una minificción; sí, señor.
ResponderEliminarSaludos cordiales