Referirse a un libro que jóvenes escritores y expertos literarios ubican como uno de los mejores de microrrelatos escritos en castellano puede resultar redundante. ¿Qué nuevo se puede decir de todo lo que ya se dicho de Los niños tontos de Ana María Matute? Quizá nada o, tal vez, todo. Ante la posibilidad que la literatura le brinda a cada lector de hacerse su propio juicio, no está de más decir que esta no será la ocasión en la que me dé por abstenerme de semejantes privilegios.
Ana María Matute es una de las escritoras de habla hispana más importantes de este siglo. Entre sus novelas más destacadas se encuentran la trilogía Los mercaderes, compuesta por los libros Primera memoria (Destino, 1960), Los soldados lloran de noche (Destino, 1964) y La trampa (Destino, 1969), y Olvidado Rey Gudú (Espasa Calpé, 1996), todo un clásico de la literatura española. Matute, además, ha publicado una gran cantidad de libros dedicados al cuento y al microrrelato.
En 1956, la editorial Arión publicó Los niños tontos, un texto que con el paso de los años se ha mantenido vigente como referente del género. Yo, por supuesto, no habría entendido por qué hasta que me diera a la tarea de leerlo. A mis manos llegó la publicación que la editorial Media Vaca reeditó en 2000 para su colección Libros para niños.
Para referirme a Los niños tontos sería adecuado mencionar las sugerentes ilustraciones a duotono a cargo de Javier Olivares, o quizá, a la bella edición de Media Vaca, que no escatima en el tamaño de las fuentes ni el interlineado, pero, aunque ambas cosas contribuyen a hacer una lectura reposada y amena, no hay duda alguna que el protagonismo se lo lleva la literatura de Matute. Y aunque es una edición claramente orientada al público infantil, yo me atrevería a decir que no es un libro para niños. No, al menos, en el sentido trazado por el cliché de lo que suponemos como infantil. Sí, a lo largo de los 21 microrrelatos que se encuentran aquí, los niños figuran como protagonistas, pero son sus historias las que siempre se encuentran con una realidad adulta, alejada de su edad, apartada de la inocencia. Lo que consigue Matute, de manera magistral, es atenuar esos golpes de la verdad, esa hostilidad de lo real, esa desesperanza de lo cotidiano con una prosa fina, delicada y lírica. A través de las historias mínimas que se desarrollan en Los niños tontos, la autora convierte al lector en un espectador infame, incapaz de moverse ante la crueldad a la que ve sometida a los niños, quizá conmovido por la belleza de las palabras, que Matute no solo eligió bien, sino que combinó y puntuó sabiamente.
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| Ana María Matute |
Pocos creerían que frases tales como "la niña de la carbonería despertó porque oyó a la luna rozando la ventana", "Azules, como chocar de jarros, el silbido del tren, el frío", "sus ladridos se iban detrás del sol", "Pero el grito de los vencejos agujereó la corteza de luz", "De nada sirve el violín, si no tiene voz", "Aquel tiovivo era tan grande, tan grande, que nunca terminaba su vuelta", "El niño cazó todas las estrellas de la noche, las alondras blancas, las liebres azules, las palomas verdes, las hojas doradas y el viento puntiagudo" correspondan a historias que derivan en las crudezas impropias de la niñez: a la soledad, al destierro, a la muerte.
Ana María Matute ha recibido importantes galardones literarios por su obra. Entre otros, el Premio Planeta (1954), el Premio de la Crítica (1958), el Premio Nacional de Literatura (1959), el Premio Nacional de las Letras Españolas (2007) y, recientemente, el Premio Miguel de Cervantes (2010). Ahora entiendo por qué.
Los niños tontos, Ana María Matute, Media Vaca, 2000.


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