Querido y temido miedo:
Sé que nos acompañaste a lo largo de la
historia de nuestra especie. Que no dejaste de observarnos con tus ojos
amarillos desde la oscuridad, desde el frío, desde las profundidades y desde
más allá del cielo. Te ocultabas en el reptar de la serpiente, en los colmillos
rabiosos del depredador, en el veneno mortífero de la enfermedad y la plaga.
Menos que bajo tu nombre, apareciste siempre disfrazado de otros; brujas y
lobos, vampiros y muertos vivientes, dioses y demonios. Personajes ni del todo
reales ni del todo imaginarios que utilizabas para avisarnos de que el Universo
contiene tantas maravillas como peligros. Pero en los últimos tiempos, querido
y temido, tu afán de protagonismo te está llevando demasiado lejos.
Ya empezó horrendo el siglo: una y dos
guerras mundiales. Dos ejercicios de masacre nada fabulada que te auparon al
centro de todas las historias.
Pero no conforme, tuviste que poner
punto final a la segunda doblando la apuesta del horror. Hiroshima, Nagasaki:
un salto en el tiempo de la aniquilación total.
Pero hoy, querido y temido miedo, has
dado un paso más allá. Hoy, 31 de noviembre de 1952, has superado tu
espectáculo con doble pirueta y tirabuzón, al presentar el no va más de la tecnología
del cataclismo: la Bomba de Hidrógeno o Bomba Termonuclear. 650 veces más
potente que las que arrasaron Japón. Capaz de alcanzar 15 millones de grados; la
misma temperatura que el núcleo del Sol.
La has probado en una isla.
Se ha vaporizado dejando un cráter de 2
kilómetros de diámetro y 50 metros de profundidad. El fuego ha arrasado otros 5
kilómetros a la redonda. Hemos visto alcanzar los 17 kilómetros de altura su
nube de vapor envenenado.
Ya está bien, querido y admirado miedo:
ya es suficiente.
Reproducir la temperatura del núcleo del
sol y vaporizar islas excede con mucho la escala de terror humana; la capacidad
de aniquilación total pertenece a la dimensión de los dioses.
Recapacita. Vuelve a esperarnos en la
oscuridad o entre la niebla del cementerio. Huye cuando colguemos ajo en las
ventanas, sembremos sal en las esquinas del dormitorio, o apretemos un amuleto
bien fuerte contra el pecho. Regresa a tu forma de monstruo de debajo de la
cama, de veneno en los colmillos del escorpión, de fantasma hecho con sábanas
del ajuar de la abuela.
No te pido que dejes de existir, sólo
que vuelvas a ser como nosotros. Terrible pero frágil. Malvado hasta matar por
hambre, tortura o setenta y cinco balazos, pero no hasta el punto de aniquilar
a todas las criaturas vivas del planeta y al planeta mismo.
Déjate de bombas termodinámicas. Vuelve
a ser algo de lo que podamos disfrazarnos. Al fin y al cabo, querido y temido
miedo, tienes tanto que perder como nosotros.
Amiga del miedo a escala reducida, esta
semana de difuntos la Internacional
Microcuentista desempolvará sus dentaduras con colmillos postizos y sus
trajes de enterrador para ofrecerles una programación especial de terror.
Reseñaremos el inquietante Casa de
Muñecas de la no menos inquietante Patricia
Esteban Erlés. Proyectaremos el corto de animación Road´s End, dirigido por Bri Meyer. Y para que vayan a la cama y
no puedan pegar ojo, colocaremos junto a la chimenea los cuentos de Apsley Cherry Garrard, Santiago Eximeno y de los seis miembros
del Comité Editorial de la Internacional Microcuentista.
Pásenlo mal.
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