Ya antes del estallido de la guerra
civil se veía venir lo que iba a pasar. El pueblo español, tras ser estandarte
y portador de la cultura grecorromana mejorada por los valores cristianos e
influida solo parcialmente por la sangre impura de judíos y musulmanes, había
comenzado a echarse a perder entre los siglos XVI y XVII, y había progresado en
línea descendente tras la llegada del primer Borbón y su retahíla de italianos
y franchutes. La situación empeoró con las ideas disolutas de la masonería y la
invasión napoleónica, hasta alcanzar su máxima degeneración en el primer tercio
del siglo XX, tras la difusión del marxismo, el anarquismo y el republicanismo.
No era debido —como tantos se
encargaban de falsificar— a razones de índole social, política o ideológica. Se
trataba de una cuestión genética. La sangre española, portadora de los valores
universales de la raza hispánica, había degenerado hasta casi la putrefacción
por culpa de las influencias extranjerizantes, y estaba a punto de desaparecer
a causa de ese virus democrático y marxista que tornaba en tarados y enfermos
mentales a sus portadores, y que se transmitía a las generaciones posteriores a
través del acervo genético.
Menos que un militar sanguinario,
Franco era un cirujano que extirpaba del cuerpo nacional esos miembros
infectados, gangrenosos, que amenazaban con corromperlo por entero. Labor tan
encomiable como necesaria, qué duda cabe, mas insuficiente. Suerte que
contábamos también con Antonio Vallejo-Nájera, coronel, psiquiatra, y verdadero
descubridor de esa enfermedad genética y mental que estaba a punto de llevarse
por delante España.
Desde su puesto como Director del
Gabinete de Investigaciones Psicológicas, desde 1938 se dedicó en cuerpo y alma
a salvar de ese mal a las generaciones futuras. Ejerció sobre todo en campos de
concentración, manicomios y cárceles, empleando los procedimientos médicos más
modernos. Desde dejar morir de hambre a los lactantes o arrancárselos de los
brazos a las mujeres republicanas —todas ellas retrasadas mentales o putas,
incapaces de criar a un español—, hasta las terapias de golpes, torturas,
fármacos, comas inducidos y electroshock, encaminadas a devolver al paciente la
salud mental, religiosa y racial.
Hay
quien opina que sus ideas eran propias de un enfermo mental o de un fanático, y
sus métodos los de un genocida y un criminal, pero el doctor Antonio
Vallejo-Nájera no se equivocaba del todo; el día de su muerte, el 24 de febrero
de 1960, mientras los jerifaltes del Régimen ensalzaban su figura y su
aportación a la ciencia y se disponían a enterrarle con todos los honores,
miles de personas sentían vergüenza y asco por lo que significaba ser español.
Desde
la Internacional creemos menos en la
pureza que en el mestizaje y gustamos de mezclar palabras y pensamientos del
mundo entero. Esta semana tendremos los relatos de Slawomir Mrozek, Cabopá y Rony
Vásquez Guevara. Josep. M. Nuévalos
y Javier García Galiano compartirán
sus razones para leer y escribir microrrelatos. Y proyectaremos el cortometraje
Encuentro Fortuito, de Marcos Rodríguez Leija.
Ayer, me enteré que mañana voy a estar por aquí...¡Me hace mucha ilusión!
ResponderEliminarGracias anticipadas y muchos besicos