Comité Editorial

3 de febrero de 2013

Semana del 4 al 10 de febrero de 2013.


España, dijo el general Goded, jamás olvidará la ingratitud, el odio y la inhumanidad de Abd-El-Krim. Se equivocaba. En España poca gente sabe hoy quién es Abd-El-Krim. El orgullo patrio suele ser bastante selectivo, y así como los españoles recuerdan que en sus imperios no se ponía el sol, a aquel caudillo del Rif lo ha ido dejando de lado. Tal vez porque, al frente de una guerrilla de poco más de cuatro mil hombres, segó la vida de entre siete y diez mil soldados españoles en una sola tarde, en una de las derrotas más humillantes que tiene en su haber ejército alguno.

A Abd-El-Krim le habían educado y dado trabajo los españoles y así se lo pagaba. Expulsándoles de la región montañosa del Rif y proclamando una República independiente. Con su gobierno y todo.

Puede que fuera un ingrato y, desde luego, las tribus bereberes que le acompañaron no mostraron muchos rasgos de humanidad (o, según se mire, mostraron demasiados rasgos de humanidad): cabezas cortadas, castraciones y torturas inimaginables era cuanto el soldado español podía esperar si caía en manos de las gentes de Abd-El-Krim. Pero con esto el orgullo patrio también suele ser selectivo porque, claro, los militares que habían empezado a ocupar Marruecos a partir de 1909, entre los que se encontraba el General Goded, no iban precisamente repartiendo flores y sonrisas entre las tribus que llevaban siglos habitando el lugar… Y tampoco se podría calificar de demasiado humano el gas mostaza que tan generosamente empleron los españoles ni la masacre con la que, junto a los franceses, pusieron fin a la República del Rif en 1926. Muy pobre concepto de la humanidad de los españoles debía tener Abd-El-Krim cuando eligió entregarse a los franceses.

Goded, ya lo dijimos, se equivocaba: España ha olvidado a Abd-El-Krim como ha olvidado que alguna vez empleó armas químicas contra población civil. Pero el orgullo patrio, también lo dijimos, suele ser selectivo. Cuando murió, el 6 de Febrero de 1963, los rifeños le veneraban como a un héroe, y otros muchos pueblos del mundo le rindieron tributo por ser el primero en enfrentarse a un ejercito moderno mediante la estrategia de la guerra de guerrillas; la persona que dió el pistoletazo de salida para que, a lo largo del siglo XX, los imperios coloniales de las grandes potencias fueran desplomándose uno tras otro.

Como en la Internacional Microcuentista carecemos de orgullo patrio, gustamos de rastrear personajes e historias independientemente del país donde fueron escritas. Esta semana contaremos con los los relatos de Sandro Centurión, Pablo de la Rúa y Martín Gardella. Analizaremos La suave piel de la anaconda, de Raúl Ariza y entrevistaremos a Giselle Aronson.

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