Comité Editorial

27 de marzo de 2013

Relatos desde Liliput, de Juan Manuel Montes

Viajar a Liliput desde Liliput 

Los Viajes de Gulliver son uno de aquellos dieciséis o diecisiete libros, agradables y desagradables, ligeros y profundos, que se pueden releer hasta el infinito, a todas las edades, incluso después de haber leído, exprimido y agotado todos los demás. 

Giovanni Papini 

    Todo libro es una aventura por sí mismo. Aventura que comienza el autor y, una vez salvados los abismos imponderables, continúan los lectores. “Libro que no es leído, no existe”, afirma alguno. “Todo libro tiene vida propia”, dice otro. Se forman grupos antagónicos, se levantan foros y debates, se anticipan conclusiones que después alguien derrumba para erigir las propias. Pero ¿qué sucede mientras las tapas del libro están cerradas?, ¿mientras la envoltura plástica contiene el paso de las hojas? Hay libros en los que quizá nada sucede, tristemente; pero no en Relatos desde Liliput, de Juan Manuel Montes, donde la ausencia de un observador o lector activo no basta para detener el curso de la vida. El libro vive. 
     Aun al lector desprevenido, Relatos desde Liliput lo remonta de inmediato ―según lo propuesto por el narratólogo Gérard Genette― a un hipotexto con el que se ha encontrado en algún momento: Las aventuras de Gulliver, de Jonathan Swift. Por su parte, el lector diligente siempre al acecho, aquel que busca con lupa entre letras, al leer el título en un estante gritará satisfecho que a él no se le engaña, que no puede tratarse más que de un libro de relatos liliputienses, tal como denominara al microrrelato el doctor Javier Perucho. Ambos tienen razón. O parte de ella, pues me atrevo a afirmar que cada nuevo lector encontrará en Relatos desde Liliput el motivo de su búsqueda. El vividor de sueños podrá dormir cuanto le plazca y soñar, despertar, volver a dormir y soñar…; los poetas, seres “increíblemente flacos […] situación que no desmedra su poesía”, podrán seguir robando pan y empapelando de versos los almacenes, la ciudad, y al mismo tiempo inspirarse en las musas, las mujeres y la niña Muerte; el periodista podrá encontrar material suficiente para llenar las planas de los diarios o las pantallas de televisión; y el político, ese animal tan de tantos colores como el camaleón, y tan desdeñado por todos por su mimetismo convenenciero, podrá esconderse o exhibirse a su antojo. Y así el tirano, el médico, la prostituta, el ángel, “el dios de Liliput”. 
     Si Jonathan Swift satiriza magistralmente a la sociedad de su tiempo a través de “hombrecitos de 6 pulgadas”, gigantes “como un campanario de mediana altura”, científicos abstraídos que habitaban un país flotante y caballos superdotados donde los humanos son seres inferiores, Juan Manuel Montes no se queda atrás: rescata a Liliput del tiempo y la mercadotecnia, que lo han ido acomodando complacientemente a la supuesta inocencia de los niños, y la actualiza, la ofrece a la medida de cada quien. Con la diferencia de que no es la voz mordaz de un personaje la que se escucha en cada texto, sino la voz del lector mismo que se mira absorto y preocupado en un espejo hecho a su justa medida. Además, un espejo que ha aprendido a ignorar el edicto dictamen de la reina-bruja en turno. Ni siquiera hace falta preguntar nada al espejo, en el recién descubierto Liliput cada quien es quien siempre ha sido. Y es así por la sencilla razón de que Liliput no solo está en la Argentina del autor, sino en cualquier lugar donde se encuentren uno o más seres humanos. La aparente fantasía que entreteje cada relato liliputense (¡no cabría otra denominación!) está recargada de realidad ineluctable. Sabemos que no existe sociedad perfecta, ni siquiera en un mundo minúsculo como el de un libro, y no por capricho del autor o porque traiga “anteojos oscuros indispensables para ver todo un poco más negro”, sino porque como ente social es parte de un mundo que lo afecta por igual. El autor como narrador observador, más que omnisciente, no señala ni se erige dios magnánimo o castigador, sino que, en su función de guía, nos lleva paso a paso por lugares que conoce tan bien. Evita así que el lector naufrague y se pierda, no ya como el gigante que se cree, sino como el liliputiense que siempre ha sido tras las tapas de otro libro.

Víctima de su felicidad
Lo amaba, no por la dureza de sus puños sino por la suavidad de su llanto al pedirle perdón.

Teoría del caos
Una mariposa bate sus alas en las antípodas del mundo. En Liliput, una manifestación se desborda de sus márgenes naturales, destruyendo vidrieras y autos a su paso.

Estar muerto
Cuando el fantasma de Liliput por fin pudo regresar de la muerte, su mujer se había vuelto a casar, sus hijos mayores ya no lo necesitaban y ni siquiera el perro lo reconoció al entrar a su casa. Fue uno de esos instantes  en los que deseó estar muerto.


Juan Manuel Montes, Relatos desde Liliput, Macedonia, 2012.


4 comentarios:

  1. El análisis de José M. Ortiz Soto, es brillante, preciso y exquisitamente atrapante. El libro de Juan Manuel Montes, es fantástico y altamente recomendable.
    Un placer pasar por la Inter ( como siempre)

    Caro Fernández

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  2. Bien por Juan Manuel, un libro excelente. Y bien por la Inter. Abrazos.

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  3. Tanto el análisis del libro, como el libro mismo son excelentes!! Saludos!!!
    Natalia Greta Martinez

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  4. Es mi amigoooooooo!!!!! Y no por eso es un excelente conjunto de microrrelatos. Lo es, porque lo es.
    Fuerte abrazo.

    PD: No menor es el aporte de un gran tipo, primero, y un gran escritor, después, como Manolo.

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