Comité Editorial

17 de marzo de 2013

Semana del 18 al 24 de Marzo de 2012.


Por carecer de dinero para librarse del servicio militar, Marcos Mateo Conesa fue arrancado de su Tronchón natal y embarcado a Filipinas. Concretamente a la posición de Baler. Concretamente en el momento en que a los nativos les dio por sublevarse contra el Imperio Español.

A Mateo casi que le daba igual si los filipinos eran españoles, austrohúngaros o mongoles del norte, pero él ni pinchaba ni cortaba. Ahí estaban el teniente Zayas y el teniente Martín Cerezo para recordarle el sagrado deber de defender el territorio español. Territorio que, en este caso, se había visto reducido a los cincuenta metros cuadrados que ocupaba la parroquía de San Luis de Tolosa.

337 días. 337 días de disparos y cañonazos, de hambre y beriberi. 337 días de soportar el hedor de los compañeros muertos cuyos cadáveres apilaban contra la pared.

Total para nada: a pocas semanas de iniciado el asedio, a España le dio por rendirse ante Estados Unidos, país al que cedió la soberanía sobre Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas. Y no es que los asediantes no insistieran en ese punto. Es que aquel teniente Martín Cerezo —el beriberi había mandado a Zayas al otro barrio— no creía una palabra. Sin duda era un infundio. ¿Cómo iba a desvanecerse un imperio de más de 300 años en cuestión de semanas?

Tuvo que venir el teniente coronel Aguilar a ordenarles que depusieran las armas. Y no convenció al teniente del todo. Suerte que traía unos periódicos que persuadieron a Martín Cerezo de negociar la rendición.

El enemigo se comportó de forma admirable. Acompañó su salida de la iglesia con un pasillo de honor. En la capital, Manila, se citó una multitud que despidió entre vítores a aquel grupo de famélicos soldados que habían demostrado un valor, una abnegación y un sentido del sacrificio sobrehumanos.

La patria en cambio fue otro cantar. Un recibimiento frío, un silencio culpable y una pensión de siete pesetas fue cuanto recibieron aquellos a los que la prensa había bautizado como "Los últimos de Filipinas". Todavía faltaban años para que Franco y sus compinches encontraran en ellos el ejemplo más elevado de las virtudes del pueblo español. Años para las películas, los ensayos, las novelas y los desfiles militares en su honor.

Con más pena que gloria, Marcos Mateo Conesa regresó a su Tronchón natal donde, hasta el 23 de marzo de 1923, día que le vio morir, empleó su tiempo en trenzar sombreros y en preguntarse si aquello que llaman heroísmo no será en realidad más que pura y llana estupidez.

Pequeñas grandes batallas, como las que sostienen los cuentos de Jacques SternbergDiego Alejandro Majluff y Martín Gardella que aparecerán esta semana en la Internacional Microcuentista. Edgar Omar Avilés compartirá con nosotros sus experiencias en el combate de vivir y escribir, reseñaremos los Cuadernos de microrrelatos de Antonio Cruz, y proyectaremos el cortometraje Guerra de Jorge Vajñenko.

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