Los lunares de mi mujer componen un universo. De sus labios carnosos como un filete, paso al Neptuno de su cuello, que se ensancha al compás de su respiración, entrecortada por los antojos de mi lengua. Debajo de su pecho, me tropiezo con tres estrellas azabache que me dirigen sin remedio hacia el sur que llaman Venus, donde suelo quedarme suspendido, extraviado por los punticos que cincelan su piel como amagos de sombras. Ahí, sobre su túnica invisible, me convierto en víctima de la antigravedad y me pierdo en el infinito de su galaxia. Para siempre, para siempre.
Esteban Dublín, De la serie Amores en Los cuentitos, 2012.

Hermoso recorrido, la ambientación poética que creas me ha hecho evocar La vía láctea de Rubens.
ResponderEliminarAbrazos