Cuando le llegó el
turno de declarar, Abel afirmó que todo lo que se decía sobre él era
verídico, aunque alegó que atravesaba un mal momento y que, a ver, que
lanzase la primera piedra aquel que nunca le hubiera dado una patada a
un perro o abollado sin querer una propiedad del gobierno. El que nunca
hubiera escapado de un control policial después de provocar una colisión
múltiple. El que nunca hubiera enredado una soga al cuello de su mujer y
calculado mal la distancia entre la lámpara y el suelo. El que nunca
hubiera sumergido a sus hijos en la piscina, sin apercibirse de que
tienen los pies enredados en el contrapeso de la sombrilla, tras
confundir la etiqueta del agua con la del ácido sulfúrico.
Y es que, jolín, concluyó: son ustedes implacables.

Implacables como los impulsos desatados. Como la relatividad...
ResponderEliminarYo, puestos a elegir, que nadie tire ninguna piedra; de verdad que no.
ResponderEliminarMe gustó mucho, es directo sin serlo y muy original
Es una desgracia que existan esas personas implacables que siempre le quieren arruinar a uno la vida. Estoy contigo, Fernando.
ResponderEliminarUn abrazo :-)