Fue en tu tiempo en el que el rollo de pergamino fue sustituido por el códice, pero todavía restaban más de mil cien años para que se inventara la imprenta y aún más, casi mil seiscientos, para que el alfabeto fuera algo más que un galimatías de símbolos arcanos para un tanto por ciento elevado de la población mundial. No podías —no existían las condiciones para ello— ser el autor de un best-seller: "Cómo convertirte en emperador en diez cómodos pasos".
Es indispensable nacer bajo una estrella, un astro ardiente y brillante que justifique todos tus actos. Si, por ejemplo, mandas ejecutar a tu hijo y asesinas a tu segunda mujer hirviéndola en una bañera no cabe el reproche moral: sencillamente, estás haciendo lo que tu destino estelar marcaba.
Luego casi que viene todo rodado: si has de aplastar a tus enemigos, lo normal es que se te aparezca una cruz cristiana superponiéndose a ese sol que para los tuyos era el símbolo de un dios siempre invicto y renovado. No hay por qué enemistar a tus súbditos paganos con tus súbditos cristianos: pueden coexistir mientras ello nutra el combustible de tu imperio.
Algo que has de tener muy en cuenta es cultivar un aura de espectáculo, silencio y misterio. Rodéate de un grupo exclusivo de personas exclusivas cerrado a cal y canto al exterior. Y ni siquiera a estas les des ocasión de pillarte tirándote un pedo o metiéndote un dedo en la nariz: que te hablen desde el otro lado de un biombo. Que cuando se acerquen, lo hagan de rodillas. Que permanezcan siempre a un nivel menos elevado.
También, claro, has de aparecer alguna vez ante el gran público. Que no te conozcan sólo por la esfinge de las monedas, las decenas de imponentes palacios, los cientos de estatuas y los miles de estandartes que multiplican tu imagen y tu nombre. En esas ocasiones mantente firme, hierático, estatuario, mientras una legión de sirvientes enjoyados y elegantes reparten limosna y parabienes entre el populacho.
Asciende a los hombres del ejército más duros y crueles. Recompénsales con galones, cargos oficiales y toneladas de oro. Recluta también un servicio secreto: alguien que mantenga bajo control a los hombres más duros y crueles.
Impón una moral recta pero dura. Si has de adoptar la rígida moral de los cristianos y su concepto de pecado, castigo y redención no lo dudes: sufrir y tragar es lo propio de este mundo, lo que te asegura un más allá lleno de lujo y comodidades. ¿Y quién mejor que un emperador para trasmitir el mensaje de uno o de muchos dioses? ¿Quién mejor para asegurar el lujo, la impunidad, y la materialidad real de la voluntad propia que aquel que lo practica a diario? ¿Quien va a saber mejor lo que desea y pretende Dios que aquel que es dios en la tierra?
En resumen, construye un sistema rígido y armado que gire alrededor de tu propia persona. Y no dejes de hacer lo posible para mostrar de ti lo menos posible de persona. Forma un aparte del mundo y de los hombres. Un aparte rígido y armado desde el que jugar con sus destinos. A tu muerte, el 22 de mayo de 337, se te conocerá como Constantino el Grande, aquel que unificó bajo su bota al desmembrado imperio romano, aquel que se convirtió a la verdadera religión del único Dios y desde ella gobernó como su íntimo elegido. Tenías una estrella, no lo olvidemos. El cielo entero se había construido con el único fin de guiar tus pasos.
Propagadores incansables del imperio de la microficción, la semana de la Internacional Microcuentista comenzará con los relatos de Ramón Gómez de la Serna y de Claudio Millar Alarcón. Presentaremos la crónica de lo acontecido en la Presentación de deAntología, la logia del microrrelato y entrevistaremos al Colectivo Máximo.
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