Comité Editorial

5 de mayo de 2013

Semana del 6 al 12 de Mayo de 2013.


  La miseria se arremolinaba en las avenidas, en las plazas, en las fábricas, en los talleres, en los pisos insalubres donde vivían apiñadas familias de cincuenta miembros. Por las noches, la gente bien disfrutaba de refrescos y champanes, de óperas en el Liceo y tertulias en las que se escribía el destino del país. Y los niños desaparecían.

Los niños desaparecían y a las autoridades no parecía importarles. Eran niños sin apellido exclusivo, niños miserables. Niños que a menudo se descubrían en los burdeles de la gente bien, con gran prontitud para amordazar a la prensa oficial.

La niña Teresa Guitart fue el colmo y la excepción. Los pasquines obreros difundieron su foto. La miseria entera fue llamada en su busca. Se dio con ella en el piso de otra menesterosa, Enriqueta Martí, junto a otra niña que nadie sabía de dónde había salido.

La prensa oficial, otrora silenciosa, proporcionó sobrados detalles del seguimiento del caso. La secuestradora alternaba otros terribles oficios: mendiga, prostituta y proxeneta de infantes. Cada jornada se descubría un hecho más truculento que la anterior: Enriqueta no sólo prostituía niños sino que además los asesinaba. Y no sólo los asesinaba, sino que además utilizaba sus órganos y sus tuétanos para elaborar afeites, pócimas y ungüentos.

En callejones sin luz e inundados de excrementos, la leyenda corría de boca en oreja. Mutilaciones y perversos aquelarres se agregaban a una lista de delitos que reclamaban pena de garrote vil para aquella que era unánimemente reconocida como la Vampira del Raval.

Nunca llegó a consumarse la pena. Los papeles y las lenguas dicen que Enriqueta Martí falleció el 12 de mayo de 1912, golpeada hasta morir por otras presas. Los certificados calcan un motivo bien distinto: un cáncer de útero acabó por borrarla.

La leyenda permanece y la Historia olvida. En los paseos turísticos se señala la casa de Enriqueta Martí, la Vampira del Raval, y se cuenta su historia de bruja y asesina. No se dice que ella siempre lo negó todo. O que jamás fue acusada de asesinato. Ni se añade que la prensa oficial inventó detalles, sobornó testigos, encontró huesos de animal que hizo pasar por humanos y fotografió prendas ensangrentadas con pintura y laca de uñas.

No se recuerda que, quizá, Enriqueta Martí sirvió de chivo expiatorio para una sociedad donde las mujeres trabajadoras se veían obligadas a prostituirse para comer. Donde la gente bien se engalanaba para orgías donde los menores y las menores eran mercancía común. Donde la vida infantil no valía nada hasta que un gran señor la pagaba a cambio de servicios que transcurrían entre la fábrica y la alcoba. Donde la prensa oficial silenciaba cómplice y las autoridades se vendaban los ojos. Esa sociedad donde la miseria se arremolinaba en las avenidas, en las plazas, en las fábricas, en los talleres y en los pisos insalubres mientras la gente bien conversaba en las terrazas ajena a ese otro mundo que la rodeaba.

Al mismo tiempo ficción y realidad, esta semana compartirán sus relatos Cristina Elda Nieto, Ángela Gutiérrez y José Manuel Ortiz Soto. Contaremos con la reseña de La Danza de las Horas, de Gemma Pellicer y retransmitiremos las Jornadas de Microficción de Buenos Aires.

2 comentarios:

  1. Sucesos truculentos como ése se dan o se han dado en todas las sociedades pero casi nadie habla de ello. Seguimos instalados en la molicie mientras la sangre y la vida es derramada sin escrúpulos.

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