¿Existió Luis XVII? La nobleza francesa lo nombró Rey en el lapso de tiempo que tardó la cabeza de su padre en desplazarse de la guillotina a la cesta. No es que el titulo le reportara grandes beneficios: tenía ocho años, y estaba en la Prisión del Temple, recibiendo una educación adecuada para reinsertarse en la nueva Francia Repúblicana. Las lecciones corrían a cargo del zapatero Antoine Simon y consistían básicamente en recibir palizas, ingerir grandes cantidades de alcohol, cantar la Marsellesa y ser constantemente amenazado con la guillotina. No sabemos si le resultó de gran provecho: después lo encerraron en una celda secreta, aislado de todo contacto y con nulas condiciones higiénicas en la que murió tras seis meses, el 8 de junio de 1795. Hay quien opina que había muerto mucho antes.
De su cuerpo, desnutrido, tumefacto y devorado por la sarna, se extrajo el corazón que pasó de mano en mano sin que nadie le concediera visos de autenticidad. Circulaban alrededor de la muerte del rey niño demasiadas historias. Entre ellas, la de que el cuerpo del que se había sacado el corazón pertenecía a un muchacho de dieciséis años y no a uno de diez. O la que relataba la esposa del zapatero Simon a quien quisiera escucharla: que ella y su marido pusieron a salvo al Delfín real, sustituyéndolo por otro niño.
Las especulaciones y los aspirantes al trono se sucedieron durante los años siguientes, multiplicando el número de presos por delito de estafa y de personajes estrafalarios que añadieron el de Borbón a sus apellidos. Quizá el caso más llamativo sea el de Pierre Benoit, arquitecto francés afincado en Argentina desde 1818. Decía ser hijo de un matrimonio de pescadores de Calais, pero poseía una educación y un grado de refinamiento imposible en una persona de extracción social baja y un hermetismo total sobre su vida en Europa. Sólo en la intimidad familiar confesaba haber sido entregado al matrimonio Benoit en 1793, cuando el terror revolucionario separaba las cabezas de los cuerpos de sangre azul residentes en Francia. Prefería mantener absoluta discreción y jamás reclamó el trono, pero los retazos de misterio sobre su pasado y su inexplicable muerte por envenenamiento persuadieron a sus sucesores de que se trataba del auténtico Luis XVII.
Entretanto, el corazón sumergido el alcohol había ido apareciendo y desapareciendo a través de la Historia hasta ser depositado en una urna en la cripta real de Saint Denis. En el año 2000, se tomaron muestras de ADN y se compararon con los de María Antonieta. El resultado parecía concluyente: aquel corazón era el mismo que latía dentro del cuerpo del niño rey.
No tardó en aparecer quien dudaba de la veracidad de los análisis y afirmaba que el corazón podía pertenecer a cualquier otro miembro de la familia real. Señalaban, estos discrepantes, el interés por desechar cualquier otra legitimidad por parte de la rama de los Borbones que todavía hoy aspiran al trono de Francia, y que reniegan de la autenticidad del resto de Luis XVII que pululaban y pululan alrededor de la tierra. Tantos que nos llevan a dudar de si existió realmente Luis XVII o sólo el virtualmente infinito número de personas que afirmaban y afirman ser él.
Hay reyes que, pese a su tamaño y brevedad, dan pie a infinitas historias, igual que los relatos que la Internacional Microcuentista trata de acercar a sus lectores. Víctor Lorenzo Cinca, Carlos Frontera, Leticia Parra y Wilfredo Machado exhibirán sus relatos a la manera de corazones conservados en alcohol. Y una microrrelatista de antiguo linaje, Susana Camps Perarnau, responderá a nuestras preguntas sobre su Viaje al Archipiélago de las Extinta.
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