Comité Editorial

7 de julio de 2013

Semana del 8 al 14 de Julio de 2013.

A su padre lo engulló la guerra. A su madre le cerró los ojos la tuberculosis. Su padrastro, que se llamaba igual que él, salió por la puerta el mismo día en que ella murió. William acababa de cumplir quince años. No tenía la menor idea de cómo se forjan las leyendas.

El decorado era Nuevo Méjico, punto de reunión de forajidos, ladrones de caballos, políticos y hombres de negocios con ambiciones desmedidas y escrúpulos tirando a escasos. El póquer, la velocidad, la precisión en el robo, la habilidad para la fuga y la puntería se convirtieron en su fuente de ingresos.

El bueno de Tunsall lo contrató para cuidar su ganado, alejándole del camino del calabozo y el cadalso, y convirtiéndose en el padre que no tuvo. Pero, ay, el bueno de Tunsall también tenía enemigos: políticos, militares, empresarios y jueces pretendían sus tierras. No se ensuciaron las manos: contrataron a un sheriff que se llamaba como él, William, y que lo acribilló a traición.

Huérfano por vez tercera, nuestro personaje asesinó al sheriff y rebasó la línea que separa el bandidaje del homicidio. Perseguido por la ley, zizagueando entre el fuego cruzado de los intereses territoriales y comerciales, se dedicó al atraco, el ajuste de cuentas y al saqueo, dejando un rastro de cuerpos que se pudrían junto al resto de cuerpos pútridos que cultivaba aquella tierra atroz.

Fue capturado. Le juzgaron como único responsable de todos los asesinatos. Pidió ayuda al gobernador, pero le fue negada. Comprendió que no existe más justicia que la de la venganza ni más ley que la voluntad del hombre que empuña el arma. Escapó de prisión tras matar a dos guardias.

A la recompensa por su cabeza le sumaron muchos ceros. Uno de sus hombres le traicionó y ese bocazas de Pat Garret lo acribilló a traición. Era el 14 de Julio de 1881, contaba 21 años y ya no se llamaba William. Propietario de una vida tan desgraciada como sujeta a los vaivenes de la supervivencia criminal, había pasado a la leyenda como Billy el Niño.

No sabemos si le sirvió de mucho.


En ocasiones los personajes anotados al margen de su época sirven para reflejar su época entera, igual que un microrrelato puede contener todas historias. Certeros como balas, esta semana tendremos los microrrelatos de Esteban Dublín y Ángel Olgoso, conoceremos los aciertos en el blanco del libro Haikus de Kokin. Mínimos de Kokín, de William Guillem Padilla, y las lecciones de tiro de Armando Analís Canales en nuestra entrevista internacional. 

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