El delito de Giordano Bruno no fue
el de afirmar que el sol fuera una estrella ni que la tierra girara alrededor
de él y no al contrario; eso ya lo había proclamado Copérnico y al Papa no le dio por considerarlo hereje ni engendro de Satán. Tampoco fue su posterior
deducción de que, de la misma manera que existían incontables estrellas,
podrían existir incontables planetas a su alrededor, habitados también por
incontables seres humanos. Ni siquiera su corolario: si existían incontables
planetas habitados por incontables seres humanos, existirían también
incontables Jesús que habían muerto y resucitado para anunciar la Buena Nueva.
Eso la Santa Madre Iglesia podía aceptarlo o, cuanto menos, dejarlo en
suspenso. El delito de Giordano Bruno fue el de añadir que, claro, si existían
incontables Jesús, existirían también incontables Iglesias e incontables Papas
de Roma y eso sí que no, eso era violar, profanar, mancillar y negar la
Palabra de Divina.
—Tembláis más vosotros al anunciar
esta sentencia que yo al recibirla —respondió Bruno al tribunal que le
condenaba a morir en la hoguera por herético, impertinente y pertinaz.
Mientras ardía, aquel 17 de febrero
del año 1600, imaginaba infinitas Iglesias en infinitos planetas cuyo monopolio
sobre la sabiduría, la verdad y la razón del hombre comenzaba a hacerse añicos.
Heréticos,
impertinentes y pertinaces, esta semana nos regalarán sus cuentos Pedro
Orgambide, Sandra Montelpare y José Manuel Ortiz Soto. Alejandro
Bentivoglio conversará con nosotros sobre lo humano y lo divino, y
conoceremos la historia de una canción capaz de enviar almas directas al infierno: I
put a Spell on You, de Screamin Jay Hawkins.
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