Adriana Quiroz es originaria del
Distrito Federal, México. Muy joven se trasladó a Utah, Estados Unidos, para su
formación académica. De regreso a México trabajó como maestra y a
los 22 años, contrajo matrimonio con Edmundo Valadés. Así, se puede decir que
la semblanza de Adriana es una paralela a la de Edmundo. Con el escritor
Valadés, Adriana tuvo sus primeras incursiones en la literatura.
IM: Se cumplen 75 años de la
primera época de la revista El Cuento, 50 del primer ejemplar de su segunda época y 15 del último número, así como 20 años del fallecimiento del maestro
Edmundo Valadés. ¿Qué significa todo esto para usted?
AQ: En términos de tiempo, que éste es relativo. Tres
cuartos de siglo han transcurrido y el mundo de las letras mexicanas sigue
lleno de Valadés y de su obra. El cuento es
el más extraordinario programa de difusión de las letras desde Vasconcelos.
IM: ¿Cómo era el maestro
Edmundo Valadés? Como persona, como escritor, como esposo.
AQ: Valadés era un
hombre generoso, profundo, tranquilo, que se conducía en la vida conyugal igual
que en su vida pública: con respeto, paciencia y amor.
IM: ¿Qué significaba para el
maestro Valadés la revista El cuento?
AQ: Era una parte de su vida. A Valadés no se le puede
entender sin El cuento. Tenemos desde
luego sus libros, pero no se debe olvidar que Edmundo no sólo fue un creador
literario, sino un periodista excepcional, en su momento quizá el primero en
abordar a lo literario como una especialidad periodística. En El cuento vemos un reflejo de esto: un periodista
–escritor al servicio de un propósito noble: compartir con todos los públicos
posibles su propia visión. Esto es lo que hacen los periodistas.
IM: ¿Cómo llegó Edmundo Valadés
a la minificción?
AQ: Como llegan los creadores a su terreno de mayor
fertilidad: a través de la obra misma. Valadés no fue novelista –aunque en su
legado hay por lo menos un intento de abordar el género- quizá porque su vida
fue de una intensidad notable. No tenía en lo personal ni en lo profesional el
largo aliento o el gusto por la reclusión que exige la creación novelística,
sino la intensidad vital que caracteriza al cuento.
IM. ¿Cómo era el maestro
Valadés como tallerista?
AQ: El taller fue una continuación de El cuento. Si en la revista nos lleva de
la mano por los gozosos caminos de la creación cuentística de todo el mundo, en
los talleres orientaba a los futuros creadores para que encontraran su “norte”.
Si se revisa la colección de la revista, algo que salta de inmediato a la vista
es que a lo largo de los años Edmundo reunió el más amplio catálogo de técnica
literaria, por así decirlo, de reflexiones sobre la estructura profunda del
género, que se conozca. Es realmente asombroso.
IM: Como promotor de la
minificción que era, nos llama mucho la atención que el maestro Valadés no
tenga una obra minificcional más generosa.
AQ: Ciertamente la obra de Valadés puede considerarse
breve… pero de una profundidad e intensidad singulares. A cambio de ello abrió
las puertas y guió con enorme generosidad a muchos autores, y propaló el género
mediante la revista. Hay muchas anécdotas al respecto. Una que me gusta en
particular refiere cómo dos adolescentes se presentaban los domingos por la
mañana en su casa para mostrarle sus escritos y pedirle orientación. Valadés los
recibía aunque hubiera estado trabajando hasta la madrugada. Los nombres de
esos adolescentes eran Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco.
IM: ¿Cuáles eran los libros de
cabecera del maestro Valadés?
AQ: Creo que todo libro que caía en sus manos se
convertía en un libro de cabecera. Contaba cómo había perdido El faro del fin del mundo y cómo durante años buscó reponer ese volumen
inhallable. Un día, un sobrino suyo fue puesto al frente de una agrupación de
contables y en sus primeras tareas se puso a reordenar la biblioteca de la
organización, en donde además de textos especializados había algunos ejemplares
literarios. Edmundo se presentó en el local y al entrar, ahí a mitad de los
montones de libros, vio El faro… “Con
permiso”, le dijo a su sobrino, “pero ¡éste es mío!” Solía decir que cuando
alguien desea un libro con pasión e intensidad, ese libro se abre camino hacia
uno.
IM: El libro de la imaginación
es una lectura imperdible para los lectores de minificción. ¿Cómo fue que se
gestó?
AQ: Fue el producto natural de su actividad como
divulgador del género cuentístico. No hay que pasar por alto que en esta tarea
Edmundo no tenía ayudantes o equipos de trabajo (ni en su trabajo como
periodista literario): todos los cuentos publicados en la revista fueron
recopilados por él; algunos se los referían otros lectores, otros los descubría
por sus propias lecturas o por noticias que le llegaban, de tal suerte que en
un momento de su vida tuvo dentro de sí un reservorio de textos que
naturalmente se vertió en El libro de la
imaginación.
IM: ¿Cómo ve Adriana Quiroz el
panorama actual de la minificción? ¿Qué pensaría el maestro?
AQ: Lo que él pensaba del género está en su obra. Hay
una biografía escrita por Miguel Ángel Sánchez de Armas, En estado de gracia, en donde Edmundo se refiere en detalle al
género y que desde luego representa una visión demasiado extensa, profunda y,
diría metaf óricamente, agitada, como para ser referida en el
espacio de una entrevista, aunque no es muy riesgoso apuntar que sin duda
Edmundo se hubiera fascinado con las posibilidades actuales de explorar otras
literaturas a trav és de los nuevos medios. Recuerdo
que una de sus metáforas favoritas para referirse al métier del escritor era que éste es un gambusino que va cavando con
intensa energía –pero a la vez con armonía y ritmo- para descubrir las vetas
literarias. Yo me atengo a ese pensamiento.
IM: Las siguientes serán
preguntas dobles, una para Adriana y la otra para el maestro Valadés. ¿Qué le
apasiona a Adriana? ¿Qué le apasionaba a Edmundo Valadés?
Un libro: En busca del
tiempo perdido.
Una película: Casablanca.
Una canción: La barca de
Guaymas.
Una comida: Carne de Sonora.
Una ciudad: Buenos
Aires.
Una confesión: No haber
escrito más libros.
Un amor platónico: Madame
Bovary.
Un epitafio: En estado de gracia.
Un deseo: Una novela.
No cabe duda de que junto a un gran hombre, hay una gran mujer, sobre todo cuando ambos tienen semejanzas y son complementarios, Adriana Quiroz, una excelente compañera de Valadés.
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