Era yo muy niño, pero le recuerdo de aquella mañana, en el juzgado, cuando acudimos a demandar justicia contra los crímenes del Presidente Municipal.
De pie en la sala, observaba y tomaba notas. Sin decantarse ni a favor ni en contra de nuestra petición. En silencio.
Más tarde, en la escuela, me dieron a leer su cuento. La muerte tiene permiso, se titulaba.
Recuerdo que monté en cólera: describía, casi con exactitud, lo acontecido. Pero disfrazaba a nuestro pueblo y a sus habitantes. Incluyendo a mi papá, que fue el que se atrevió a tomar la palabra en el tribunal y que nunca tuvo por nombre el de Sacramento.
Tal fue mi indignación que se lo leí enterito a papá, esperando que corriera de nuevo al tribunal, a reclamar justicia contra el vil fabulador. Pero a medida que avanzaba en la lectura —cuyos símbolos él no sabía descifrar— papá retorcía sus bigotes con gusto y entrecerraba los ojos en una ranura brillante y feliz.
Aplaudió al final. Dijo que era una de las mejores historias que había escuchado en su vida. Y, cuando vio que me extrañaba y me desorientaba, añadió: "¿no lo entiendes, hijo? No son los hombres quienes hacen a los cuentos: son los cuentos quienes hacen a los hombres".
El próximo 30 de noviembre se cumplen 20 años del fallecimiento de Edmundo Valadés, hacedor de cuentos y de hombres. Desde la Internacional Microcuentista nos proponemos rendirle un pequeño homenaje y contamos con colaboradores de lujo: Roberto Abad, Armando Analís Canales y Luis Bernardo Pérez nos ilustrarán sobre distintos aspectos de su vida y de su obra.
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