Ni en sus peores pesadillas imaginaba a qué iba a enfrentarse. No por el nulo recibimiento de Franco, que le creía masón y desaprobaba su actitud hacia la iglesia católica, sino por algo más perturbador: la vecindad con Ava Gadner.
Hay que imaginar a Perón: sexagenario, disciplinado, monacal. Visualizarlo de rodillas junto al cadáver embalsamado de su esposa, mientras el suelo tiembla al son del flamenco y la cama chirría al capricho erótico de la musa. Así un día tras otro.
Llamará a las fuerzas del orden. Aporreará su puerta revólver en mano, pero no conseguirá doblegar a la diva: cuando le vea ensayar sus discursos al pueblo argentino, saldrá al balcón a gritar: "Perón, fascista" o "Perón maricón", a menudo como Dios la trajo al mundo.
Perón se mudó y más tarde recuperó el poder en Argentina. Pero nunca logró olvidar a aquel demonio de mujer que seguía atormentando sus pesadillas.
Una breve pero demoledora presencia en la extensa vida del mandatario argentino. Como breves y demoledoras son las ficciones de Orlando van Bredam e Iván Teruel Cáceres. O las de Gabriel García Márquez, que aparecerán cada cuatro horas el día 28. O las que escribe Adán Echevarría que compartirá su proceso creativo con nosotros.
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