¡Mentira! Las minificciones no son breves, la brevedad es un engaño, un artilugio, un truco. La brevedad es, en el mejor de los casos, una estrategia para contar.
Arranquemos con una historia que nos podría dar pie para ver lo que nos ocurre como lectores cuando leemos este tipo de textos literarios.
“Imaginemos por un instante que usted es el piloto de un crucero, y que conduce el barco más caro, más lujoso e imponente del mundo y que lo va conduciendo apaciblemente por las aguas del Atlántico Norte en una hermosa noche colmada de estrellas. Entonces ve un trozo de hielo que sobresale en la piel del mar. Es un trozo pequeño, porque todo es pequeño comparado con su barco, y el océano; usted que conoce de antemano la historia trágica del Titánic, sabe que es en vano intentar esquivar los espectros helados que asoman sus cabezas en la superficie del agua. Sabe de la solidez del hielo, de su filo poderoso y de su enorme cuerpo oculto en la oscuridad. No da orden alguna, se queda callado a la espera de lo que usted cree inevitable. Pronto, un iceberg le hará una herida grande, profunda y mortal, y hundirá ese barco enorme. Usted mira los instrumentos y se da cuenta que está en las mismas coordenadas donde se hundiera el famoso Titánic. Sin embargo, nada pasa, el crucero atraviesa apacible las aguas heladas. Todo transcurre con normalidad. Usted se lamenta, tal vez de regreso, se consuela, una vez más.[1]”
La historia en una minificción, la verdadera, la que se quiere contar no sólo yace oculta en la profundidad de la interpretación, como un iceberg que espera ser encontrado porque lo suponemos inevitable, pero al mismo tiempo impredecible, sino que además provoca una vuelta de tuerca a aquello que se daba por sentado. El lector de minificciones es engañado intencionalmente, entre otras cosas por la brevedad discursiva, sin embargo esta no es más que una distracción, un artificio de la narrativa. Poner en valor la brevedad por si sola sería algo así como poner en valor sólo al decorado, o a las luces en una puesta teatral. Si bien es cierto que esto resulta interesante e importante es una mirada al menos reduccionista. En una minificción la brevedad es una herramienta, una tecnología. El touch screen del cuento. Un cable USB al cerebro del lector, para seguir con la analogía tecnológica. Es la brevedad la que permite al lector interactuar de manera instantánea con la historia, completarla, llenar los huecos vacíos, reconocer los guiños. Se trata de una manipulación intencional del tiempo del lector. Pero la brevedad sin historia es nada. Si queremos retomar aquella vieja disputa entre qué es más importante si la forma o el contenido, la minificción sólo existe en el inconveniente equilibrio de ambas cosas, la forma es la brevedad, el contenido es la historia narrada.
EL CRIMEN
Ya estaba todo listo: la habitación en desorden, el cuchillo sobre la alfombra, manchas de sangre en el piso y en las paredes, los gritos de terror girando alrededor del foco y golpeando contra las persianas cerradas.
Sólo faltaba que se cometiera el crimen.
Jorge Accame en “Arden Andes. Microficciones Argentinochilenas”. Macedonia. Bs As, 2011
Ahora bien, la cuestión está en que no todo lo breve es bueno, no todas las minificciones son buenas por el hecho de ser breves, no toda minificción tiene valor literario por el sólo hecho de estar escrita en unas pocas líneas. El valor literario, el valor estético se da en la manera como el escritor conjuga forma y contenido para generar un «golpe literario» en la cabeza, o en el corazón, del lector.
La minificción o la literatura que hace uso de la brevedad, se constituye de esta manera en una expresión genuina del hecho literario. E instala nuevas reglas en el pacto de lectura. No se lee de la misma manera un cuento y una minificción. El lector de minificciones es un lector inquieto, escéptico y con conocimientos generales del mundo, de la literatura y del propio género. O se es, o no se es, lector de minificciones.
Una de las potencialidades de la minificción tiene que ver con su capacidad para generar relecturas. Y estas relecturas pueden ser tantas como el lector lo disponga. En este sentido es para nada una lectura breve. Otra cuestión tiene que ver con su capacidad intertextual. El lector de minificciones es un lector que debe atar o desatar hilos para terminar el sentido, debe desambiguar significados. Un lector que suma lecturas que escapan a la dimensión formal del texto. En este sentido, tampoco podemos considerar a las minificciones “breves” pues en cierto modo ese mote descalifica las relecturas y los intertextos.
PSICOSIS
Un cuchillo se asoma por el borde de una cortina de baño. La joven actriz se voltea rápidamente, con sus manos se tapa la boca, pero ni de esta manera puede evitar gritar. El cuchillo la señala, levanta su nariz y desciende como un águila.
Desde su sillón, el director grita: ¡corte!
El cuchillo obedece.
Juan Manuel Montes en “Brevedades. Antología argentina de cuentos re- breves”. Manoescrita. Bs As. 2013
Por todo ello, leer minificciones no debería ser confundido con la idea de leer cuentos breves. Tal vez sea esta cuestión el mayor desafío de quienes producimos textos literarios apelando al recurso de la brevedad, quitarnos el mote de «mini», «micro» y sobre todo «breve», conceptos que heredamos de los géneros convencionales y de mayor prestigio. Las minificciones cuentan grandes historias para un lector que comprende el pacto ficcional y se desafía a leer más allá del ropaje artificial de las formas. Las buenas minificciones se leen y se releen, es una lectura con catalejo, es una lectura interminablemente larga.
[1] Sandro W. Centurión. Texto inédito.
--------------------------------------------------------------

Me gustó TODO el texto. Me encantó la historia del barco :) y los ejemplos...
ResponderEliminarCreo que éste es, si no el mejor, uno de los mejores textos sobre microficción que he leído en mi vida, que ya guardé, leí y compartí... ¿Cómo no hacerlo? Felicito al autor.
ResponderEliminarCariños,
Mariángeles