Comité Editorial

31 de marzo de 2015

Máquina I.

       La Máquina I funciona candorosamente a la manera de un cabrestante que se acciona, contrarrestando el movimiento de inercia de las dos caras exentas del cilindro central, con un mecanismo que al girar de manera excéntrica, tira de las sirgas laterales tensando el dispositivo de reducción hasta la posición de equilibrio inicial para girar, en un movimiento pendular, hasta una posición de reposo aparente -como los músculos de un tigre en el instante anterior de saltar sobre su víctima-, que se asemeja a la de aquellos antiguos ingenios que querían emular el movimiento continuo, utopía en la que dejaron la salud y la fortuna ilustres colegas del gremio de la sinagoga de los iconoclastas. Este ingenio, mutatis mutandis, tiene la peculiaridad de poseer dos cadenitas de titanio graciosamente colocadas a ambos lados del cilindro central, de las que pende una perilla móvil con diseño ergonómico que, a decir verdad, nadie se atreve a tocar por si el invento sale despedido, hecho pedazos, a pesar de su aspecto inofensivo, dado que según el enunciado la decimotercera ley de la termodinámica, que mide la entropía, no utilizable, contenida en un sistema, por si pudiera escaparse de forma inversamente proporcional al grado de desajuste neuronal del sujeto que la manipula. Por lo demás es una máquina normal: no funciona.

Juan Yanes, El oscuro borde de la luz III, 2014.

1 comentario:

  1. Qué placer leerte en "la INTER", Juan.
    Muy merecida publicación.
    Cariñoso abrazo!!!

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