Le recuerdan viejos tiempos: principios de la revolución, durante la guerra mundial que los bolcheviques prometieron abandonar cuanto antes. Él defendía que había que continuar combatiendo, convencido de que los trabajadores de todos los países se unirían al ejército bolchevique contra sus estados.
Entonces parecía que la chispa que prendió en Rusia ardería en el mundo entero. Que los extras invisibles que agotaban sus vidas engordando las de sus amos se convertirían por fin en protagonistas.
Se equivocaba: la paz humillante que firmó Lenin resultaba la única opción ante la potencia de fuego de los alemanes.
La paz se firmó el 3 de marzo de 1918. Él continúo en el Partido y en el empeño de asentar la revolución en Rusia y extenderla al resto del planeta.
O eso creía. Veinte años más tarde, el 2 de marzo de 1938, sabe que formó parte de un complot para asesinar a Lenin al servicio de la derecha alemana. Derecha que le ha mantenido en nómina hasta que el Estado ha descubierto su crimen.
Ante el tribunal que le condenará a muerte, Bujarin acepta su condición de traidor y esbirro del capitalismo. No coincide con lo que recuerda pero ¿qué son los recuerdos de un individuo frente a los del Estado? Él mismo ha dedicado su vida a construir ese sistema. Al servicio, sabe ahora, de los capitalistas alemanes.
A no ser que cambien la historia, esta semana nos acompañarán Fernando Ainsa, Antonio (@Antonomasico) y los Hermanos Charcousse. Relatos, tuits y microcortometrajes que quién sabe si forman parte de alguna conspiración que sus autores desconocen.
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