Su foto fue portada en todos los periódicos: cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. En las narices del fuhrer y sus atletas de raza superior, que mordieron el polvo una y otra vez ante el veloz hombre negro.
Los periódicos destacaban que Hitler no le estrechó la mano. Gesto vengativo y racista al que no dio demasiada importancia. Los berlineses lo aclamaron en el estadio y en la calle. Viajó en los mismos coches, comió en los mismos restaurantes y durmió en los mismos hoteles que sus compañeros de equipo blancos. Eso valía tanto como las medallas. O casi.
Pero los Juegos Olímpicos terminaron. Regresó a Estados Unidos y a su empleo como conserje del Waldorf Astoria. A no poder viajar en los vehículos, comer en los restaurantes ni dormir en los hoteles de los blancos.
Jesse Owens murió el 31 de marzo de 1980. Durante toda su vida vio rememorar su hazaña frente a los nazis en los periódicos y en la televisión. Siempre repetían que Hitler no quiso estrecharle la mano. Él recordaba que el presidente Dwight Eisenhower tampoco.
Veloces e intensos como Jesse Owens sobre la pista, esta semana tendremos los relatos de Julia Otxoa y de Juan Yanes. Y disfrutaremos de una pequeña selección de tuits de María Navarro, @microrelatate.
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