Roberto Perinelli nació en Buenos Aires en 1940. Actualmente vive en el barrio de San Telmo. En su dilatada trayectoria de dramaturgo estrenó 25 obras en Buenos Aires, el interior de Argentina y el exterior. Con su obra Mil años de paz obtuvo el Premio Municipal de Dramaturgia, bienio 2001-2003, otorgado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Durante más de veinte años (hasta el 2006) dirigió la Escuela Metropolitana de Arte Dramático de la Ciudad de Buenos Aires (más conocida como la EMAD), donde además dictó las cátedras de Análisis de textos, Historia del teatro y Dramaturgia.
Como microficcionista, integró los volúmenes colectivos Comitivas invisibles: cuentos breves de fantasmas (compilado por Raúl Brasca y Luis Chitarroni, Desde la Gente, 2008), La pluma y el bisturí (donde se editaron los microrelatos leídos en el I Encuentro Nacional de Microficción, realizado en Buenos Aires en junio de 2006) y Microbis (Barcelona, 2008).
En 2009, compartió con los escritores Orlando Romano, Ildiko Valeria Nassr y Juan Romagnoli la antología 4 voces de la microficción argentina, que compiló Raúl Brasca y editó el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos para su colección Desde la gente. Además, varios de sus micros se publicaron en las revistas Status y Feriado Nacional, y en decenas de blogs, sitios y revistas que circulan por la web.
IM: Siendo tan importante tu trabajo como dramaturgo, ¿cómo nace tu vínculo con la microficción?
RP: La respuesta puede ser graciosa: yo comencé a escribir microrrelatos hace muchísimos años (¿treinta?) sin saber que escribía microrrelatos. A pesar que tenía algunos referentes canónicos (Arreola, Monterroso), ignoraba que se trataba de una especie literaria con nombre propio. Tengo entendido que esto es poco asombroso, cuando lo cuento me contestan que conocen a otros escritores que les ha pasado algo parecido. Escribía microficciones en los intermedios de mi trabajo teatral, como una especie de recreo que me resultaba muy grato, entre otras cosas porque me daba espacio para uno de los aspectos de la actividad literaria que más me gusta: corregir, corregir sin descanso. Por meses corregía, y sigo corrigiendo, microrelatos de antigua data. Al cabo y casi sin darme cuenta produje una buena cantidad de trabajos que entusiasmaron a un amigo “teatral” que los leyó, exactamente Tito Cossa, quien con muy buena voluntad me presentó a un editor – cuyo nombre prefiero reservar –, que luego de la inevitable persecución telefónica me contestó que leyó todo con deleite pero que no entendía de qué se trataba, de modo que tampoco les veía porvenir de publicación.
Por intermedio de otra amiga los cuentos llegaron a manos de Ana María Shua, que los calificó como microficciones, y muy buenas. El resto, mi inserción definitiva en la tribu, se produjo por los buenos oficios de Raúl Brasca, que muy amablemente me invitó a participar como lector del I Encuentro de Microficción que en 2006 se hizo en Buenos Aires. Digamos que la lectura de los cinco o seis microrelatos que hice en esa oportunidad, fue mi acta de bautismo; dejé la orfandad y encontré familia.
IM: Como escritor de ambos géneros, ¿crees que existen similitudes entre escribir una obra de teatro y un microrrelato? ¿Cuáles son las principales diferencias?
RP: La respuesta a esta pregunta vale para un tratado, que yo sería incapaz de redactar, pero sin embargo intentaré acercarme con una reflexión propia.
El microrrelato, como la poesía, el cuento, la novela, no conoce intermediarios: el libro pone en contacto directo al lector con el autor. La dramaturgia, que puede tener vida propia como género literario, encuentra su verdadero sentido cuando el texto llega a la escena. Este paso, que en esta nota requiere de una sola línea, en la realidad necesita de un largo y complejo proceso, donde intervienen multitud de intermediarios: empresarios, directores, escenógrafos y, sobre todo, actores. Todos, por su calidad legítima de creadores del hecho teatral, conformarán una puesta en escena a partir de una lectura personal de la obra que, a veces, difiere con la del autor. No quiero extenderme en este tema, pero esta situación, que se da con bastante frecuencia, dio, da y dará lugar a conflictos que colmarían un anecdotario, quizás risueño, de varias páginas.
La palabra, la longitud de una frase, la puntuación, son instrumentos que construyen un edificio, el microrrelato, que no permite cambios ni fisuras. El microrrelato es eso, desde el título hasta el punto final, y nada de él puede ser modificado. Lo mismo que la poesía, que no admite cambios siquiera con sinónimos que, se dice, realmente no existen en el idioma.
La dramaturgia, si bien le da importancia a todas estas cuestiones pues también trabaja con el lenguaje, sufre, como dije, un proceso de adaptación al escenario que en ciertas circunstancias requiere, a veces enhorabuena, de cambios, amputaciones y agregados, necesarios porque el traslado escénico así lo exige. En el escenario se encuentran dos lenguajes que trabajan con signos distintos, que a veces encajan a la perfección (se dice que es imposible recitar Shakespeare de otra manera que como él escribió sus poemas dramáticos), pero con bastante frecuencia requiere de adecuaciones y cambios.
Entiendo y sé que el asunto da para más, pero que en honor a la síntesis y la amenidad lo que dije me parece suficiente.
IM: Si fueras jurado en un concurso de microrelatos, ¿qué elementos considerarías esenciales?
RP: Contesto con bastante obviedad; la capacidad de decir mucho con muy poco. La estricta aplicación de la teoría del iceberg de Hemingway, a mi juicio el autor del mejor microrrelato que yo leí en mi vida: «Vendo zapato de bebé, sin uso». Seis terribles palabras que en castellano podrían ser cuatro, ya que “zapatos de bebé” puede ser reemplazada por “escarpines”.
IM: Fuiste uno de los principales responsables del ciclo teatral “Microficciones por la identidad”. ¿Qué puedes contarnos acerca de la experiencia de llevar la microficción al teatro?
RP: No fue del todo satisfactoria. Si bien se leyeron microrelatos en todas las funciones del ciclo (yo no pude ver todas por razones de simultaneidad), por lo general no se consiguió o no se pudo integrarlos al espectáculo, de modo que los relatos se perdieron en un clima de dispersión. Por otra parte, el voluntarismo no es de buena aplicación en estos casos; las microficciones sonaban mucho mejor cuando en cambio de un animoso voluntario los leía un actor o una actriz, que por oficio tenía conciencia del valor de las palabras, de las pausas, en fin, que sabía leerle al público.
IM: Las Historias mínimas, de Javier Tomeo son citadas habitualmente como un ejemplo de lo que podría ser un subgénero de la microficción, denominado “micro-teatro” o “teatro-express”. ¿Qué opinión tienes al respecto?
RP: Debo confesar que conozco poco o nada de Javier Tomeo, pero no encuentro inconvenientes que los microrelatos tomen forma teatral. Debería reflexionar si se trata de un subgénero, aunque también debo admitir que por el momento y sin demasiadas pruebas a la vista me resulta difícil aceptarlo.
IM: Como dramaturgo, ¿crees que podría ser bien recibida por el público una obra de teatro que estuviera integrada sólo por una sucesión de microficciones?
RP: Patrice Pavis, un francés renombrado teórico del teatro, afirma en su famoso Diccionario, texto canónico para todos los que trabajamos el tema, que el teatro actual está en condiciones de llevar a la escena hasta la misma guía telefónica. Por elemental efecto de transición podría afrontar la representación de microficciones, dependiendo, como siempre, del talento e idoneidad que se tenga para hacerlo.
IM: En términos estilísticos y comerciales, ¿cómo ves al microrrelato frente a otros géneros? ¿Crees que haya un futuro editorial para el microrrelato?
RP: Acaso por fortuna conozco poco del mundo editorial, pero sé que circula un lugar común entre los libreros, que establece que el cuento no interesa. Si se acepta esta hipótesis, poco podemos esperar de la microficción, que navega en un barco aún más chiquito.
IM: ¿Qué proyectos literarios tienes actualmente entre manos? ¿Hay alguno de ellos relacionado con la microficción?
RP: Sí: ¡terminar de corregir mi libro de microficciones Actos que crean hábito, y editarlo de una buena vez!
Un libro: Dos: El cazador oculto, de Salinger (libro al que me niego a reconocer con el gallegizado título de El guardián entre el centeno); y Zama, de Antonio Di Benedetto.
Una obra de teatro: Muchas claro, pero si hay que elegir una, me inclino por El zoo de cristal, de Tennessee Williams.
Un equipo de fútbol: ¡Racing Club! El dueño de mis humores.
Una ciudad: Dos: Buenos Aires (mi madre), París (mi amante).
Un amor platónico: Marilyn, qué otra.
Un logro: Haber estrenado treinta obras en una Buenos Aires que hoy se muestra plácida para la actividad pero que hace unas décadas atrás daba pocas oportunidades. Los jóvenes, por suerte para ellos, no advierten ni tienen noticias de las diferencias, del clima favorable del que disfrutan.
Un sueño: Ganarme el Premio Nacional para enderezar mi economía.
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Soledades
- Por Roberto Perinelli
Las tardes de domingo la del 5° H llama de urgencia al plomero del consorcio, y le lee poemas. La mujer lo engaña, porque nada fue escrito por ella, sino por Neruda, Ungaretti, Auden o Machado.
El hombre también miente, inspecciona el waterclos, afirma que los caños del artefacto tienen problemas y escucha los versos mientras simula que está trabajando.
es un excelente actor..es una lastima haber aprovechado solo sus ultimas obras pero solo hace pocos años que vivo en un alquiler de departamentos en buenos aires. por suerte puedo leer esta entrevista que le hicieron
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