Inocencio XI lo declaró papal e
infaliblemente el 24 de noviembre de 1682: los llamados Libros Plúmbeos eran
una falsificación, una vil estrategia musulmana para confundir a los
cristianos.
Muchos respiraron de alivio. 87 años
antes, al derribar una torre musulmana que dificultaba la ampliación de la
Catedral de Granada, se encontró un raro tesoro. Junto a un fragmento del Apocalipsis,
un pedazo del pañuelo con el que la Virgen enjugó las lágrimas de Cristo, y unos
cuantos huesos de San Esteban, aparecieron 21 libros de plomo que, en lenguaje
críptico, enunciaban principios de la religión cristiana.
Un papiro aseguraba que todo aquello
provenía del mártir árabe San Tefismón, y que San Cecilio lo enterró en aquel
lugar para evitar que cayera en manos de infieles.
El arzobispo de Granada, Don Pedro de Castro,
saludó el descubrimiento. No dudó en declarar que se trataba del V Evangelio,
el que venía a completar las enseñanzas de Jesucristo. Y ahí empezó el lío,
porque lo que venían a afirmar aquellos libros es que católicos y musulmanes
compartían raíces, enseñanzas comunes y doctrinas cruzadas y claro: después de
ni se sabe el tiempo masacrándose entre sí, después de emplear más de siete
siglos en obligar a los musulmanes a salir de la Península Ibérica, a ver si
esa enemistad no iba a deberse más que a un error doctrinal por falta de
documentos…
Los Libros se remitieron al Vaticano
donde serían analizados por expertos. En poco más de ochenta años, certificaron
su falsedad. Según dijeron, los libros eran un engaño urdido por los moriscos
de Granada, los musulmanes que continuaban viviendo allí tras la reconquista
cristiana, quienes adivinaban un futuro nada halagüeño para los creyentes de
Alá.
Nadie puso en duda la palabra de la
Iglesia. A decir verdad, nadie podía ponerla en duda: los moriscos de Granada
habían sido expulsados en 1612, y los del resto de la península no estaban en condiciones
de contradecir al Papa.
Sin embargo, los Libros Plúmbeos fueron
prohibidos y guardados bajo siete llaves hasta el año 2000, cuando fueron
devueltos a la ciudad de Granada. Aún así, no se permite que ningún historiador
ajeno a la iglesia participe en su análisis, y hay quien asegura que dichos
libros son la falsificación de una falsificación. O de una supuesta
falsificación…
En la Internacional Microcuentista, esta semana desenterraremos las
historias de Juan Pedro Aparicio y Fernando Remitente. Entrevistaremos a
ese urdidor de tramas que es Agustín
Martínez Valderrama, y aprenderemos con un breve retazo de teoría
condensada de Jean-Louis Cifec.
Lo que daría por poder saber el contenido de esos libros plúmbeos... Una pena tanta cerrazón. Claro, es duro reconocer un error de tantos siglos y que costó y costará tantas vidas.
ResponderEliminarSaludos.