Rosa está cansada de trabajar, cansada
de esperar al autobús, cansada de subir las escalinatas, cansada de pagar, cansada
de bajar las escalinatas, y cansada de volver a subir por la parte trasera.
Cansada de encontrar asiento en la parte
central del vehículo, la zona fronteriza donde permiten sentarse a personas de
su color, siempre que no requiera el asiento otra de color blanco. Cansada de
que el conductor le ordene levantarse cuando una persona de tal color sube al autobús.
Cansada de decir que sí. Cansada de cansarse. Cansada hasta el hartazgo.
No, es lo que le escucha responder el conductor
del autobús, junto a las cabezas blancas que se giran en sus asientos y las cabezas
negras que bien la miran con asombro o bien bajan la vista.
El conductor le advierte que, si no se
levanta, llamará a la policía. Pero Rosa está cansada, cansada hasta el
hartazgo, y prefiere esperar sentada en el autobús.
Y cuando los agentes le preguntan por
qué se niega a abandonar su asiento, se defiende con otra pregunta: ¿Por qué
ustedes nos empujan por todos lados?
Se refiere a los negros, claro. A los
que viven en barrios para negros, acuden a colegíos para negros, comen en
restaurantes para negros, rezan en iglesias para negros, cagan y mean en baños para
negros y ocupan los asientos de la parte trasera del autobús. Los policías
desconocen la respuesta. Aún así, la llevan detenida.
Pasa la noche en el calabozo y la
condenan a abonar una multa de 14 dólares. Cuando la ponen en libertad, Rosa
abandona la celda creyendo que ahí termina la historia de aquella vez que se
negó a ceder el asiento en el autobús.
Poco imagina que sus conciudadanos han decidido
no volver a utilizar el transporte público hasta que se suprima la delimitación
por razas. Que por todo EEUU se suceden los actos de protesta y las
manifestaciones multitudinarias.
Poco imagina que, dentro de un año, el
Tribunal Supremo le dará la razón y declarará inconstitucional la separación
por razas en los trasportes, sentencia que supondrá el principio del fin de la
segregación en EEUU.
Poco imagina que, a su muerte, será la
primera mujer negra en alcanzar el honor de ser velada en el Capitolio, y que
su pequeño gesto de hoy, 1 de diciembre de 1955, se convertirá en un símbolo
universal de la dignidad y la resistencia, un recordatorio de que no hay por
qué obedecer leyes injustas e ideadas por fanáticos y dementes.
En nuestro periplo semanal por las
pequeñas historias que encierran grandes significados, esta semana viajarán con
nosotros Roberti Malo, Juan Manuel Montes, y Esteban Dublín, y amenizaremos el
trayecto con Mañana piensa en mí, de Ana María Mopty.
Fernando:
ResponderEliminarExcelente. Actitudes como la de de esa mujer se merecen el eterno recuerdo y respeto.
Y lo has escrito con gran sentimiento.
Saludos.