A Javier Perucho
No le importó que aquel hombre de poblada barba blanca ordenara que cierren las puertas de su descomunal embarcación, incluso cuando divisó que el diluvio se aproximaba. Atargatis prefería seguir bebiendo con sus amigas. Pasaron, entonces, cuarenta días y cuarenta noches, hasta que el cielo por mandato divino se despejó. Noé jamás imaginó que al abrir las puertas del Arca volvería a encontrar a Atargatis bebiendo con sus amigas, todas recostadas sobre unas rocas y con la mitad de su cuerpo en forma de pez.
Rony Vásquez Guevara, Cuadernillo de pulgas, 2011.
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