Parodiando el hipertextual microrrelato de José de la Colina “La culta dama”, sobre la ilustrada señora que aseguraba haber empezado a leer ya “El Dinosaurio” de Monterroso, ¿cuántas veces habremos releído nosotros el célebre cuento del guatemalteco en nuestra imaginación? De todo puede haber en la viña del señor, pero me cuesta imaginar a alguien que, aburrido, abandonó al llegar a la mitad. Como tampoco creería a nadie que me venga a decir que ya está por el quinto fascículo de la citada minificción.
Creo que la ironía con la que José de la Colina retrata a la dama ¿lectora?, puede servir para ilustrar mi reflexión. Yo pienso que al escribir microrrelatos estamos también seleccionando la clase de lector a la que queremos llegar, nos estamos dirigiendo a alguien que “habla nuestro propio idioma”. Y con eso no me refiero a que hable nuestra propia lengua, sino que está (o puede llegar a estarlo) en nuestra misma órbita mental. El lector que necesitamos es aquel que va a poder captar (o al que nosotros seremos capaces de hacerle comprender) la ironía, el retruécano, el guiño cómplice y esa condición de la literatura brevísima que –como señala David Lagmanovich atinadamente “…disminuye toda descripción hasta convertirla en insinuación”.
Algo parecido ocurre cuando nos comunicamos con las personas. No elegimos las mismas palabras de nuestro idioma si estamos hablando con alguien que es de nuestro mismo ámbito mental, social, ideológico, generacional, o, si lo hacemos con alguien que pertenece a otro contorno lingüístico y emocional. No emplearemos las mismas metáforas, ni los mismos dobles sentidos, ni dejaremos las frases a medio completar… ni nos valdrá un gesto de la cara o de manos para terminar una frase si nos estamos comunicando con aquel amigo de la infancia de nuestro mismo pueblo, que si la conversación la estamos manteniendo con una persona que nos habla en nuestro idioma pero con un acento extranjero.
Por lo menos, no será igual si lo que pretendemos es comunicarnos con esa persona. Observaremos entonces, que las frases deben ser más largas, las explicaciones más razonadas, la metáfora o el refrán no sirven (o, en el mejor de los casos, hay que completarlos), y en definitiva, todo se hace más extenso. Nada que ver con la rapidez, la exactitud de un giro de palabra, la visibilidad expresiva de un gesto.
Resumiendo, creo que leo y escribo microrrelatos por un asunto de familia, para disfrutar entre amigos y para comunicarme “desde” y “hacia” mis iguales. O eso intento.
Josep M. Nuévalos (alias: José Martínez Nuévalos) - Barcelona (España). Tallerista y Coordinador del Taller de Minificción Marina de Ficticia por España (2012-2013). Algunos de sus textos se encuentran en el libro Cien fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia (2012), La Jornada Semanal y Extra de la Laguna, así como en la página Arca Ficticia.

Un placer encontrar aquí las opiniones de Josep sobre el lector de micros. Me gusta esa idea del código compartido, tal vez eso explique la enorme interacción a través de la web de los microrrelatistas, será que nos reconocemos como pertenecientes a la misma tribu.
ResponderEliminarEspero que Josep no tarde mucho en aparecer también en la sección Neomínimos,mientras tanto podéis leer uno de sus textos ganadores de la regata de Ficticia, La pajillera del Edén, en el Arca.
Me gusta la reflexión, y realmente pienso que sí, que la microficción está destinada, en cierta manera, a un tipo de lector en concreto.
ResponderEliminarEn todo caso, y como única objeción, tal vez se debería haber intentado sintetizar el articulo en cuatro o cinco lineas, por coherencia, je je.
Un abrazo.
Tu reflexión es muy interesante. Y sí, la verdad es que a los que les gusta las largs lecturas, se quedan con ganas de más con los micros o dejan de leernos a quienes los hacemos, por propia experiencia hago esta afirmación, me lo han comentado incluso o me reprochan que me guste más el género micro.
ResponderEliminarBesicos muchos.