A Jesús Gil lo recuerdo en la cima: sumergido en un jacuzzi, rodeado de bellezas venezolanas y con una copa en la mano. Presentaba un programa de televisión que llevaba por título una de sus coletillas preferidas: "Las noches de tal y tal".
No siempre fue así. Conoció la misma vida de estrechez de quienes nacen obligados a trabajar. Sólo que pronto, muy pronto, comprendió lo que la mayoría se empeña toda la vida en no comprender: que es imposible amasar fortuna honradamente a menos que uno haya nacido con herencia o tenga un talento sobrenatural para el fútbol.
De su trabajo como vendedor de repuestos pasó a ser constructor de viviendas a crédito. No era cuestión de escatimar en el ahorro de materiales, y el techo de una de sus promociones acabó desplomándose, terminando con la vida de 58 personas que andaban debajo. Daños colaterales y cosas que pasan. Desafortunados accidentes que traen condenas de cárcel. Pero él ya sabía lo que la mayoría se empeña toda la vida en no saber: que a prisión sólo van los desgraciados, los que no pueden comprar la tarjeta de "Queda libre de la cárcel". Abonó 400 millones de pesetas, quedó en libertad, y continuó con su carrera de constructor discretamente. Corría el año 1971.
En el 87 reapareció ante el gran y olvidadizo público. Se hizo con la presidencia de un equipo de fútbol, el Atlético de Madrid. Demostró captar lo que la mayoría se empeña toda la vida en no captar: que los clubs de fútbol no son otra cosa que máquinas de blanquear y multiplicar dinero.
Con ese curriculum se lanzó a la arena política. Montó un partido que llevaba por siglas su propio apellido, el GIL (Grupo Independiente Liberal), y se presentó a la alcaldía del goloso y turístico ayuntamiento de la ciudad de Marbella. Su talento era el populismo: se describía como el hombre de abajo que, con tenacidad y trabajo duro, había logrado amasar una fortuna, enfrentado a la oligarquía política y económica del país que retenía para sí todo lo que pertenecía al pueblo. Arrasó.
Remodeló la ciudad. Barrió de las calles a la prostitución y a la chusma. No reparó en construir viviendas sociales, complejos deportivos y proyectos faraónicos. Comprendía lo que la mayoría se empeña toda la vida en negarse a comprender: que las obras públicas son la fuente de la que jamás deja de manar el dinero, alimentadas como están por los impuestos constantes. Eran buenos tiempos; tiempos de sumergirse en jacuzzis y presentar programas de televisión.
Abarcó demasiado y además tenía razón: el poder es parcela antigua y minada; los advenedizos jamás sobrepasan cierto nivel. Comenzaron a descubrirle delitos: estafa, malversación, falsedad de documentos, prevaricación, facturas falsas, desvío y apropiación de fondos públicos… un rosario de procesos judiciales que le llevaron a pasar un total de nueve noches no consecutivas en la cárcel. Fuera, el pueblo clamaba por su liberación. Volvió a ganar por mayoría absoluta.
Jesús Gil murió de infarto cerebral el 14 de Mayo de 2004. Casi todos sus juicios quedaron pendientes, en parte porque había desaparecido misteriosamente toda la documentación. Se había hecho multimillonario robando, estafando y asesinando por negligencia. No era hombre de estudios ni de profundos pensamientos. Sencillamente descubrió lo que la mayoría se empeña toda la vida en negarse a descubrir: las reglas del juego. Pobres pero honrados, esta semana compartirán sus relatos María Cristina Ramos, Adán A. Roque y Rony Vásquez Guevara. Analizaremos Imaginarium, de Ricardo Álamo. Y entrevistaremos a Rosana Alonso, Manu S. Vicente y Mariano Zurdo , antólogos y editor de De Antología, selección de autores de microficción a punto de salir al mercado.
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