Comité Editorial

11 de julio de 2013

Breve entrevista a Armando Analís

Fotografía de Isaí Moreno.
           Armando Alanís nació en 1956 en Saltillo, la tierra natal de Julio Torri, y vive actualmente en la Ciudad de México. Estuvo un año en Dublín y dos en Madrid. Debutó como autor con el volumen de cuentos La mirada de las vacas (1994), al que siguieron las novelas Alma sin dueño (2003) y La vitrina mágica (2007). En 2008 publicó Fosa común, su primer libro de microrrelatos, y en 2010 Las lágrimas del Centauro, una novela sobre el mítico Pancho Villa. Acaba de terminar un segundo libro de microrrelatos, Cuentos del hombre invisible, y tiene en preparación otra novela.

IM: En una entrevista anterior aseguraste que la literatura para ti es un vicio. ¿Podrías ampliarnos un poco más acerca de esa reflexión?
AA: Disfruto de la literatura y le dedico todo el tiempo que puedo sin remordimientos, a pesar de que tengo una familia de la debo ocuparme. En cuanto al oficio de escritor, para mí es como bailar una polka norteña: sudo ropa, pero gozo. Escribir es una aventura: uno no sabe si el texto que está escribiendo funcionará o no. Antes de darlos a la imprenta, procuro dirigir contra mis cuentos y novelas la autocrítica más feroz. Yo escribo, por ejemplo, muchos microrrelatos, pero no cometo el error de publicarlos todos. Estimo que de cada diez microrrelatos que uno escribe, hay que tirar a la basura nueve. Utilizo mi cuenta de Twitter (@elsaltillero) como un laboratorio para experimentar; por desgracia, no todos los microrrelatos caben en esa cárcel de 140 caracteres.

IM: Tus estudios en Filología han influido indudablemente en tu trabajo literario. ¿Cuál crees que sea la influencia más determinante entre ambos campos?
AA: Estudié en Madrid un posgrado en Filología Hispánica, pero más bien era literatura española. Leí por entonces, entre otros libros, novelas de Galdós y La regenta, de Leopoldo Alas, Clarín, que quizá sea la segunda mejor novela española, después del Quijote. El Quijote lo leí en la capital de España por segunda vez y, hace algunos años, por tercera. Espero leerlo por cuarta vez cuando sea un viejo decrépito y en los huesos, como el personaje de Cervantes; loco, ya estoy. No soy un teórico, ni de la literatura ni del lenguaje. Lo que me interesa es contar historias. Eso sí: cuido el lenguaje tanto como me es posible, ya que se trata de una de las principales herramientas de que dispone un escritor. Otras son, siguiendo a Faulkner, la imaginación, la observación y la experiencia.

IM: García Márquez, Kafka y Borges te han determinado como narrador. ¿Qué prefieres de estos autores, sus textos de largo aliento o los breves?
AA: Los textos breves, puesto que yo mismo soy un autor de brevedades. (Mis novelas están escritas a base de capítulos cortos.) De García Márquez prefiero El coronel no tiene quien le escriba y Crónica de una muerte anunciada. Me gustan más que sus novelas largas, tan exuberantes como selvas tropicales. Sus cuentos los leí hace años, pero se me quedaron para siempre en la memoria El ahogado más hermoso del mundo y El rastro de tu sangre en la nieve. De Borges he aprendido a decir mucho con pocas palabras, y el uso del adjetivo insólito, como en aquel cuento que comienza: “Nadie lo vio llegar en la unánime noche…” ¿A qué otro escritor se le hubiera ocurrido calificar a la noche de unánime? A Kafka lo descubrí en un súper de Saltillo cuando nadie me había hablado de él, traducido, por cierto, por Borges. Desde entonces soy su fan. Admiro sus novelas, y su cuento largo “La metamorfosis”, pero también sus aforismos, así como sus brevedades incluidas en Contemplación; entre esos textos de uno o dos párrafos se encuentran minificciones realmente geniales. Eso sí: a estos autores hay que leerlos y releerlos y aprender de ellos, pero no tratar de imitarlos. Si uno pretende imitar a Borges, por ejemplo, el resultado será con toda seguridad una burda copia.

IM: ¿El microrrelato, el cuento o la novela? ¿Por qué?
AA: Los tres me interesan. El microrrelato, porque como buen norteño soy hombre de pocas palabras. Pero también me importan los cuentos más largos. Ya cité el de Kafka. Otro de los cuentos que no olvidaré es "Bola de nieve", de Guy de Maupassant, que tiene como 80 páginas. Por su parte, la novela, como decía Ortega y Gasset, es un género retardatario: le permite a uno, como escritor, ir poco a poco revelando el perfil psicológico de los personajes, ir poco a poco desarrollando la trama, y abrir en cada capítulo nuevas expectativas al lector. No me veo como autor de una novela de 500 páginas, pero como lector dos novelas extensas que he disfrutado hasta el orgasmo son Guerra y Paz y En busca del tiempo perdido; ninguno de esos dos clásicos puede leerse en el transcurso de una sola noche.

IM: México está viviendo un buen momento en cuanto a autores de microrrelatos se refiere. ¿A qué crees que se deba este fenómeno? ¿Dirías que es algo momentáneo o crees que el género tiene futuro en tu país?
AA: Una antología como Alebrije de palabras, de reciente aparición, demuestra que en México, en efecto, el microrrelato es frecuentado con éxito por muchos autores. Hace algunos años el especialista Lauro Zavala publicó La minificción en México. Es un fenómeno que se está dando, sobre todo, en los últimos años y el género, estoy convencido, tiene un promisorio futuro en mi país. Por cierto, el libro inaugural de la minificción en México lo publicó mi querido y admirado paisano Julio Torri allá por 1917. Lo tituló Ensayos y poemas. Es curioso que en el título no aparezcan ni la palabra cuento ni la palabra microrrelato o alguno de sus sinónimos. Eso nos habla de cómo muchas minificciones, por su naturaleza híbrida, fronteriza, podrían también ser incluidas en antologías de poemas o ensayos breves. Por cierto, otras formas de la brevedad extrema que me interesan son el aforismo y la greguería. Y el epitafio. Los titulares de los periódicos amarillistas son muchas veces magníficas y contundentes minificciones, verdaderos hachazos verbales; no me los pierdo cuando paso por delante de un puesto de periódicos.

Un libro: Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno, que nos advierte que el ser humano es un animal que nace, vive y muere; sobre todo, muere.
Un autor: Friedrich Nietzsche, que escribió espléndidos aforismos.
Una película: Los olvidados, la primera que vi de Buñuel, cuando era niño, en un hotelito de Laredo, Texas.
Una comida: el cabrito, platillo típico del noreste de México.
Una ciudad: Parras, un oasis en medio del desierto.
Un amor: mi familia, por cursi que suene.
Una obsesión: la soledad, que no sólo es una desgracia sino también, en ocasiones, un lujo.
Una frivolidad: el ajedrez, que, por cierto, no es tan frívolo.
Un equipo de fútbol: el Barza.
Un deseo: dedicarme únicamente a leer y escribir.
Un animal: el jaguar negro.

4 comentarios:

  1. Querido Esteban,

    gracias por compartir las sabias palabras y la experiencia prosística de un versátil escritor norteño avecindado en Axolotitlan, que lo mismo practica los micros, el aforismo, el mejor chiste y la vida misma.

    JP, un abrazo,

    ResponderEliminar
  2. Un placer toparme con una bien lograda entrevista a Armando Alanís.
    Tuve ocasión de asistir a la presentación de su libro "Fosa Común" en el marco de la Feria del Libro en Saltillo ¿2008? Un gusto saber entonces, y corroborar ahora, que sus altos vuelos no le llevan a olvidarse de su cuna coahuilense.
    Felicitaciones a entrevistado y entrevistador.

    ResponderEliminar
  3. Felicidades ¡Internacional Microcuentista!
    Da gusto leer a un escritor con tanta preparación y soltura en el hablar, se ve que a través de las lecturas ha definido su estilo como escritor.
    Muchas felicidades.
    Que orgullo tenerlo en México.

    Suana Caracheo.
    Psicosexóloga.

    ResponderEliminar
  4. Muchas felicidades por su talentosa trayectoria, yo quedé totalmente enamorada de su novela La vitrina mágica.

    ResponderEliminar

Los comentarios anónimos serán eliminados. Gracias por su comprensión.