Comité Editorial

16 de febrero de 2013

I put a spell on you, de Screamin Jay Hawkins.

            Al bueno de Jay le había dejado su novia y compuso una canción para conmemorar tan luctuoso acontecimiento. Un blues normal. Una balada triste para conmover el corazón de una muchacha.
          Su productor, Arnold Maxim, encontraba que al tema le faltaba fuerza, pero el bueno de Jay se negaba a retocarla. Era una canción de amor: no debía contener más fuerza que la de sus sentimientos.
           Pero a la hora de la grabación, el productor le tendió una trampa: improvisó una fiesta en el estudio, una orgía de carne asada y alcohol, con botellas de whisky corriendo a mansalva. El resultado fue una canción más cercana a la posesión infernal que a la amorosa.


            El bueno de Jay confiesa que no recuerda absolutamente nada de aquella grabación y que quemó su copia del disco nada más escucharla. Demasiado tarde. Aquel extraño hit corría ya como la pólvora y moldeaba su carrera musical contra su voluntad. Él, que había soñado con ser cantante de ópera y se había conformado con serlo de blues, se vio incapaz de rechazar los 2000 dólares que el avispado dj de la radio Alan Freed le ofrecía por iniciar sus actuaciones emergiendo de un ataúd en llamas. La suerte estaba echada: el bueno de Jay se convirtió para siempre en Screamin´ Jay Hawkins (el Aullador Jay Hawkins), un emisario del infierno rodeado de murciélagos, calaveras y ambientes tétricos.

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