Al verse desplazado y olvidado en su trabajo, el viejo sintió celos del joven empleado y decidió eliminarlo. Un día lo encontró en un bar y se puso a beber con él. Lo notó un poco huidizo, pensó que le temía y trató de buscarle camorra.
El joven, que consideraba una estupidez los celos del viejo y no deseaba hacerle daño ni enredarse con la policía, se levantó con disimulo, pagó la cuenta y desapareció de aquel lugar.
Caminó varias cuadras, pero no tardó en darse cuenta que el otro lo perseguía. Entonces decidió evadirlo. Se enrumbó hacia un edificio a medio levantar, y en pocos segundos se perdió de vista.
Su perseguidor llegó al edificio. Observó la construcción y tras un minucioso análisis dio un paso adelante.
El joven, incómodo por la postura en que había quedado en un rincón, se desplazó a la derecha pero con tan mala fortuna que un ruido lo delató. Quiso correr, pero ya era tarde.
El paso le fue cerrado.
El perseguido intentó hacerle comprender la estupidez de sus celos, pero el otro estaba enloquecido y no le quedó más remedio que aceptar el desafío y le salió al frente.
Unos minutos después, el joven cayó en la arena.
De inmediato el viejo cogió una comba, la levantó y, sin compasión alguna, se la descargó una y otra vez, con todo el odio de su rabia contenida. En seguida huyó.
Cuando húbose alejado, el joven se palpó la abolladura que le había hecho en la espalda y murmuró:
-Tendré que ir mañana al taller para que me planchen.
Y sin agregar una palabra más, el robot se alejó.
Juan Riversa Saavedra, Cuentos sociales de ciencia ficción, 1976.
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