Con intenciones de seguir generando contenidos que estimulen la imaginación de nuestros lectores y difundan el género brevísimo a través de las redes, la Internacional Microcuentista ha decidido lanzar el proyecto “CALENDARIO MICROCUENTISTA 2016”.
Cada mes del año 2015 se publicará en la Internacional Microcuentista una fotografía original, a fin de que los interesados envíen una microficción inspirada o relacionada con esa imagen, de acuerdo a las siguientes Bases y Condiciones:
1. Podrán participar personas de cualquier nacionalidad mayores de 18 años.
2. El tema del concurso será libre, aunque debe estar relacionado de alguna manera con la imagen propuesta.
3. La microficción deberá estar escrita en castellano y ser inédita: no puede haber sido publicada con anterioridad en ningún espacio físico (libros, revistas, prensa, etc.) ni virtual (blogs, revistas digitales, portales web, etc.). Tampoco podrá estar participando en otro concurso ni esperando fallo de un concurso de la actualidad.
4. El texto no podrá superar las cien (100) palabras. Cada concursante podrá enviar hasta tres (3) microficciones en cada concurso mensual.
5. Las microficciones deberán ser publicadas dentro del espacio previsto para "Comentarios" al pie de la entrada en la que se publica cada foto.
6. La fecha límite de recepción de microficciones será el último día de cada mes.
7. Vencido el plazo, un jurado invitado elegirá cada mes al texto ganador y dos menciones especiales. Los tres textos seleccionados serán publicados en la Internacional Microcuentista. Los resultados se darán a conocer en el transcurso del mes siguiente.
8. A fin del 2015, la Internacional Microcuentista elaborará un calendario digital, de distribución gratuita, que contendrá las doce imágenes con los doce textos ganadores.
9. El envío de trabajos implica la aceptación total de estas bases y la eventual inclusión de su microrrelato en el "Calendario Microcuentista 2016".
10. Las microficciones que no cumplan con estas Bases no serán tenidas en cuenta para el concurso.
La imagen correspondiente al mes de enero de 2015 corresponde al fotógrafo Christian Pereira Rogel.
Los invitamos a participar dejando sus textos como comentario.¡Anímense!
ESPÍA DE TU PASO
ResponderEliminarAunque no puedas verme, me quedé ahí. Yo estoy bien. Al principio luché contra este paisaje contaminado de tristeza. Pero luego me dejé llevar. El agua como espejo bajo mis pies. Las nubes, ataduras de mis manos. Y ese lazo de hilachas del que cuelgo para siempre. Vigilo tu paseo diario. Sé que no me has olvidado.
¿Por qué no le creí? Había salido a pasear por la playa y vi un bulto que sobresalía sobre la arena. Era Ernesto, enterrado hasta los hombros, con expresión concentrada. Me pidió que no le molestara porque estaba conteniendo al mar, que quería llevárselo. Él, en su vida de pescador, le había burlado muchas veces y, ahora que estaba viejo, las olas pretendían ganarle la partida. Le saqué y le acompañé a su casa.
ResponderEliminarAquella tarde se desató una fuerte tormenta. El mar embravecido saltó por encima del malecón y echó abajo la casita de Ernesto. No encontramos su cuerpo.
excelente..!!
EliminarMuy bueno
Eliminarm
EliminarEL SUEÑO DE GULLIVER
ResponderEliminarSe despertó a las primeras horas de la mañana con la sensación de haber tenido un sueño donde el mundo había adquirido una dimensión inmensa y temible. Asustado, encendió la luz, se incorporó y vio que estaba en su propia habitación, acostado en su mismísima cama de arena, las sábanas de agua arrugadas y apartadas al fondo, donde se espejaba el techo con sus nubes y reinos imposibles.
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ResponderEliminarPRIMER AMOR
ResponderEliminarEntre las sutiles pinceladas de la tarde y la mirada del cielo sobre el espejo extendido del agreste lugar, fui a su encuentro sin saber por qué si jamás nos conocimos.
NUNCA ENCONTRARON SU CUERPO
ResponderEliminarTodos los días iba a la playa a buscarla. Desde niño la buscaba, fascinado por las historias que contaban los viejos.
—No existe… —le decían sus amigos. Él, con una fidelidad que bordeaba la obsesión, la seguía buscando.
El día que cumplió ochenta años decidió que sería el último en que iría a la playa. Había perdido la esperanza de encontrarla.
Amanecía cuando, entre las rocas del espigón, la vio; ella, sorprendida mientras acicalaba las escamas de su cola, se hundió de un salto en el mar. Él miró el cielo, pensativo… y fue tras ella.
A TRAVÉS DEL TIEMPO
ResponderEliminarComponían una bella estampa que quise inmortalizar para la posteridad: dos amigos en la lejanía de una playa desierta, bajo las nubes presurosas del atardecer. En una ciudad cualquiera de una época indefinida, compartiendo quien sabe qué vivencias, que, al cabo de un tiempo, quizá ni siquiera pudiesen recordar.
PLAYAS DORADAS
ResponderEliminarNos autoevacuamos antes de que las llamas tornaran el dorado en rojo.
Mariángeles Abelli Bonardi
Neuquén, Argentina
Siempre supo que nunca la amó. Aún así, la ilusión por nuevas cartas, nuevos detalles y demás, la volvían a enamorar.
ResponderEliminarSu lugar favorito era la playa, un lugar tranquilo, sin ojos que hagan de jueces ni prejuicios. Un lugar en dónde al desenamorarse podría ir a la deriva al pie del mar.
ESENCIA EVAPORADA
ResponderEliminarFue aquel atardecer... Lo recuerdo porque aún encuentro arena en los bolsillos de mis pensamientos, porque aún de mis ojos brotan lágrimas de mar con minúsculas partículas de piedra, porque una espuma salada de abandono se empeña en nublar mis más ardientes deseos.
Las primeras caricias de sol fueron las últimas en tocar tu cuerpo. Vi como te ibas desvaneciendo entre una bruma maldita que se apoderaba de tu figura, que con tan delicados trazos logré recórrela hasta hacerla mía.
Ahora solo me queda la soledad, el silencio, la espera de otro atardecer. Quizás vuelvas envuelta en la primera ola.
EL PEQUEÑO
ResponderEliminarAferrado a su flotador amarillo, abrazando el pato de goma, miraba hacia la playa sin poderse creer que todos, absolutamente todos, se habían ido.
ESPUMA Y OLAS
ResponderEliminarSus huellas quedaron impresas en la fría arena de aquel mes de enero. Sus siluetas se suspendieron en la brisa helada que crece tras el último tímido haz de calor. Sus promesas fueron silenciadas por el leve sonido de las olas. Nadie fue testigo de su presencia.
Dicen que alguna tarde, cuando la luz se retira para su descanso, unas sombras aparecen para amarse. Dicen que están hechas de espuma y besos. Dicen que nunca encontraron sus cuerpos.
Playa vacía
ResponderEliminarAcarició su cuerpo en el atardecer. Su mirada lánguida se perdió en aquel horizonte incierto.
-Pero, estoy casado, se repitió una y mil veces a lo largo de su vida.
Hasta que decidieron que aquello, había dejado de ser amor.
Hoy vuelve a la playa, vacía de la mujer amada. Ajena y ausente con aquella partida. Viejo. Jubilado. Ansioso aún al imaginarla de vuelta.
Hermosa playa. Sol poniente. Bañador arrumbado desde hace décadas. Lo único que queda es seguir tomando café.
-¿Expreso. Sin azúcar?. Preguntó el mesero.
-Sí, respondió el viejo.
-¿Doble?
-Sí
Volvió la vista, al horizonte.
En la orilla de los olvidados
ResponderEliminarHoy, viejo y retirado, pasa el tiempo pisando nubes y recordando cuando era joven y vivía en lo alto, desde donde vigilaba la costa. Nada más verlos bajaba a toda prisa a la playa desnuda y recogía los despojos de los que soñaban con vivir en un ático con vistas al mar.
A LOS FANTASMAS
ResponderEliminarLos reconocerás porque son los únicos que no dejan huellas en la playa.
Una tarde.-
ResponderEliminarSolo la tarde del domingo podían verse. Con la excusa del footing bajaban a la arena. Antes de que el sol se ocultara, debían decirse todo lo que de lunes a sábado habían tenido que callar. Ella le hablaba de lo que hacía su marido. El le contaba cosas de su esposa. A ella le gustaba el teatro. A él le apasionaban los libros. Y así, semana tras semana, consumían su amor oculto entre la playa y el puerto.
La libertad y la inmensidad.
ResponderEliminarCaminar por la playa disfrutando el contacto de mis pies sobre la arena, observar despreocupado el cielo, admirar el horizonte y gozar del viento que coquetea con mi piel me hace sentir libre. ¡Cierto! Yo siento igual, pero hay otra sensación que me inquieta y envuelve más; lo insignificante que somos ante la inmensidad.
Después de una turbia travesía por mares de confusión arribé con éxito en playa Esperanza.
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ResponderEliminarCielo, mar, arena... Todo en sepia. Un adiós agazapado los vigila. Pocas palabras, ninguna caricia, algunas lágrimas desbordan la nostalgia. Ella repisa el camino por el que ha llegado. Él, en un intento desesperado, pincela de negro ese cielo tan conocido. Desea que temerosa, como antes, corra a acurrucarse entre sus brazos.
EliminarSu silueta, ya teñida de sepia, ya es parte del paisaje...
Camina sobre la franja que separa el mar de la arena seca. Imagina que así debe sentirse andar sobre el lomo de una ballena. Sus huellas se llenan de agua a medida que las abandona. Se deforman, desaparecen. No hay ninguna permanencia en esa franja hecha de inquietud.
ResponderEliminarA unos pasos de la muerte, a unos pasos de la vida, lo que le gusta de la playa es caminar por esa cornisa disfrazada de paisaje.
Transacción
ResponderEliminar-Los tonos cobrizos del cielo, las fibras grisáceas de las nubes, los ribetes dorados de sol en el agua estancada en la playa y las casas nuevas con vistas inmediatas al mar. Todo, todo esto se lo podemos dejar por una mínima cantidad-. El agente se enjugó el sudor de la frente y sacó acto seguido un contrato del cartapacio. Le hizo firmar y le dio un efusivo apretón de manos. El hombre, algo confuso pero feliz en su interior, siguió su camino por la bahía. Sus pasos, sin embargo, eran más seguros y dejaban una sólida huella.
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ResponderEliminarDESDE QUE TE FUISTE
EliminarDeslizo mis pasos por el plateado reflejo de un cielo incandescente y fundo mi mirada en la inmensidad del mar. Mi espíritu se fortalece en cada atardecer cuando me acerco a esa playa donde sé que reposas.
-Esos son los edificios en cuestión. Me estorban. Ante un mar apacible, el cielo esplendente, las arenas acariciantes. Todo se conjuga para una imagen memorable. Excepto esos engendros de la modernidad. ¿No habrá manera de eliminarlos? ¿Photoshop?
ResponderEliminar-Es posible, querido, pero eso queda en las manos de la gente de diseño. A nosotros sólo nos resta contemplarlos, contemplarlos, contemplarlos...
Tres
ResponderEliminarJuan Manuel Valitutti
—Hace frío.
—Anochece.
Son padre e hijo, y contemplan el atardecer.
—Qué lindo —dice el padre—. Nos quedábamos hasta que se ponía el sol.
—Ya sé. —El hijo toma una conchilla y la arroja lejos.
—Me acuerdo de vos, Sebastián, recortado en el sol —continúa el padre—. Corrés, jugás.
El hijo toma una piedrita, le da vueltas.
—Vamos, papá —dice.
—Sí.
Caminan en dirección a la rambla. El hijo le pasa la urna al padre.
—¿No querés vos?
—No, papá… Vos.
Las cenizas caen a las aguas.
—Chau, mamá.
—¡Mirá, amor, el atardecer!
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ResponderEliminarARENA PARA UN MURO
ResponderEliminarCreí que nuestro amor era tan grande y tan extenso como todos los granos de arena de una playa. Solo nosotros, siempre juntos, siempre mirándonos de frente, afrontando cualquier problema...
Pero me equivoqué. No vi la nube que se cernía oscura sobre nosotros, separándonos y alejándonos. Leves reproches, desencuentros, discusiones en plena calle...
De un pequeño vaso de agua hicimos una tormenta que engulló nuestra playa y convirtió cada granito que juntos habíamos reunido en el muro de incomprensión que ahora nos separaba.
Caídas
ResponderEliminarDel árbol caído todos hacen leña.
En la caída de Constantinopla, los historiadores han visto el nacimiento de la Edad Moderna.
De la caída libre de los cuerpos, los físicos han hecho ley.
Los sistemas caídos paralizan a las burocracias y entusiasman a los revolucionarios.
Cuando cae la tarde, sobre la orilla del mar, después de un día soleado, también caen las palabras; se resisten a ser la leña que encienda otro pálido lugar común.
Karma
ResponderEliminarPresa del paso veloz de su alma rumbo al infinito, atisbó hacia abajo y contempló su propio drama.
La suave arena acariciada por las olas, y las nubes doradas por el sol rompiente, fueron sus únicos testigos. Él tenía una criatura por nacer. Ella, en negación, lloraba...
Pero el súbito resplandor de la llegada; la paralizó. No pudo ver cuando el mar la devolvió, ni cómo la luz del día develó el collar de dedos en su garganta… ni el momento preciso en que nacía aquella niña.
Plena de luz, liberada, atravesó el umbral. Ajena a su destino, reencarnó.
a turista marginada
ResponderEliminarSobre la arena, el ojo que abarca como un cetáceo las olas del mar y ella, sumida en sus dudas, olvida que las barcas no regresan al caer la tarde. Son reflejos de luz lo que confunde. Charlas de gaviotas que se pierden por el mismo rumbo, le confirman que la espera no tiene horizonte rescatable. Eso es lo que eres,concluye, una imagen fija que finge moverse con el agua.
ResponderEliminarYa visto
-Hermoso atardecer sobre la playa, hermoso paisaje, hermosa foto-; me dije al llegar al hotel y ver en la pantalla aquella imagen que me atraía más que las otras capturadas ese día. Al fondo de ésta se veía la lejana silueta de dos personas caminando sobre la arena: -¿Quiénes eran? ¿Estarían de vacaciones igual que yo? ¿Hacia dónde irían?- pensé. El cansancio hizo que me durmiera.
En los días sucesivos regresé al lugar, obtuve siempre fotos idénticas y en cada ocasión, las mismas afirmaciones y preguntas aparecieron en mi mente.
Pintores...
ResponderEliminar(Traducción)
Arriba, en el cielo:
—Es mi turno, Joseph
—Que no, Joaquín, aún no he terminado.
OCASO
ResponderEliminarAl caer la tarde, desde mi habitación, observo a una pareja caminar por la playa; ríen, se abrazan, se besan. Ellos no lo saben, pero son dos desconocidos. Un día cualquiera, en un arrebato de romanticismo, él le propondrá matrimonio y en una linda boda se prometerán amor eterno. Llegarán a conocerse y descubrirán que no pueden vivir juntos: se divorciarán.
Él quedará solo y volverá a pensar en ella, al asomarse a la ventana de un hotel y vea a dos extraños que caminan por la playa, al caer la tarde.
EQUILIBRIO
ResponderEliminarCada uno de enero, al amanecer, nos encontramos en la playa. Yo le enumero, exhausto, las almas que salvé, los desheredados a los que di esperanza, la paz que instauré entre enemigos acérrimos. Él me relata, cansado, las violaciones de inocentes que perpetró, los gobiernos que corrompió, el odio que sembró entre hermanos. Después, en silencio, nos desvestimos. Así, desnudos, somos indistinguibles. Imágenes simétricas de un espejo. A continuación, él se coloca mi hábito raído y mis sandalias; yo me enfundo su traje perfumado y sus guantes de cabritilla. Y nos despedimos, deseándonos suerte, hasta el año que viene.
La nota
ResponderEliminar¡Qué desastre! Se ha vuelto solitaria, gris, aburrida, triste. Está abandonada, nauseabunda, sin luz propia, desolada, sombría. Pocos son los que se acercan. Parece irrecuperable, cada día peor. Todo comenzó justo cuando te marchaste. Es por eso que te escribo esta nota, para pedirte que regreses, que lo reconsideres todo muy bien y vuelvas pronto, cuanto antes. Ojo. No pienses que esto lo hago por mí. En realidad yo sigo estupendamente, en cambio nuestra playa…
NAUFRAGIO.
ResponderEliminarTerminaba mi paseo en la playa ya casi de noche cuando me llamó la atención una botella en la orilla. Comprobé su contenido, eran cenizas y un papel con un número de teléfono. No resistí la tentación y llamé. Nunca olvidaré la contestación:
--Son parte de los restos de mi cliente, que en su testamento estableció que el primero que llamase heredaría el 5 % de su fortuna a cambio de que lo demás lo ingresase en una ONG a determinar.
Aún sueño con botellas, cenizas y arena de la playa. No sé por qué, dije que no.
"Esta ciudad era, antes, una aldea de pescadores", dijo.
ResponderEliminar"¿Y qué le pasó a la aldea?", preguntaron.
"Se la llevó la voracidad de un puñado de hombres que querían ver, todos juntos, el mar en agosto", respondió.
Decisiones al atardecer
ResponderEliminarMe invitó a caminar por la playa, dijo que el hermoso atardecer arrebolado era el escenario perfecto para decírmelo. Al fin se decidía después de tantos años. Le contesté que tambien habían nubarrones negros al otro lado, que me había cansado de esperar y ese era nuestro último día.
Segundos después, conocí la palabra tsunami.
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ResponderEliminarTras de mí una sirena silenciada que encallo con su tristeza en la costa, observo al sol ocultarse antes de convertirse en espuma, no pude fotografiarla, solo a lo que dejaba.
ResponderEliminar“Un magnífico día para ir a la playa”, comentaron entre sí algunas nubes sin saber que, con su decisión, habían arruinado la jornada a un montón de bañistas.
ResponderEliminarLas olas baten sin descanso la playa desierta de enero. A la escasa luz del atardecer un niño solitario corretea, salta y brinca entre las frías dunas. Mira, escucha, cuenta pasos, vuelve a mirar.
ResponderEliminar-¡Te encontraré!, grita.
-¡Ya verás cómo me acuerdo del sitio!
Una lágrima helada se desliza por su mejilla cuando susurra:
-Papá, el verano que viene no volveré a enterrarte. ¡Palabra!
Angustias del preso nº 9
ResponderEliminarEstoy en prisión condenado por esas cosas del carácter y del malvivir que uno tiene. El psicólogo de la cárcel ha trazado un plan personalizado de rehabilitación que me hace seguir a rajatabla. Pero se equivoca de cabo a rabo poniéndome un póster “relajante” en la pared de la celda. Dice que me serenará, cuando en realidad me enloquece. Mañana le colocaré en el pescuezo el punzón que tengo camuflado en mi cepillo de dientes hasta que confiese si en esa jodida playa está amaneciendo o lo que veo es la puesta del sol. ¡Por mis muertos!
UNA BRISA EN EL ALMA
ResponderEliminarIsabella seguía en pie al borde del acantilado contemplando a su derecha la playa, la espuma de las olas en la orilla, un castillo de arena a medio terminar. Durante unos instantes cerró los ojos y aspiró el salitre, dejándose embargar por una deliciosa sensación de paz.
Entonces se sentó sobre una roca. A esperar. Unas horas más tarde la marea comenzó a retirarse abandonando sobre el arenal caracolas rotas, algas, un zapato sin cordones y una muñeca matrioska; de la colección de Marcel, su difunto, que tanto aborrecía a los niños. Y el mar. Con sus cenizas dentro.
Náufrago
ResponderEliminarAlgunas mañanas, baja a la playa. Se sienta en la orilla y fija su mirada más allá del horizonte. En ese momento, el tiempo se detiene y las olas, siempre rebeldes, vienen y van, vienen y van. Minutos después se levanta. Deambula por la arena con pisadas tranquilas, seguras hasta que inicia una carrera desesperada y se detiene. Agarra un palo, una piedra o una concha y regresa a la orilla para escribir un SOS gigante. Mientras, yo, le observó compungida desde el paseo marítimo con la esperanza de que algún día mi marido regrese de su naufragio.
EL VIAJE
ResponderEliminarFue el último viaje con mi padre. Yo quería ver el mar y él no se quería marchar sin mostrarme el elemento líquido que había extrañado toda su vida.
Le debía traer muchos recuerdos dolorosos y durante todo el camino le noté respirar con agitación. Parecía ir encorvándose ante mis ojos y su espalda se arqueaba bajo un peso inexplicable.
Y allí, sentados sobre la arena húmeda, comenzaron a desplegarse dos alas en sus costados que le elevaron muy alto y muy lejos, hasta perder su cuerpo en el horizonte. En un lugar entre el mar y el cielo.
Intercambio
ResponderEliminarDESEABA MORIRME, por eso le lancé al mar mis zapatillas desgastadas. Al instante, sus olas dejaban a mis pies unos relucientes zapatos de tacón. Fascinada, le arrojé mi blusa raída y conseguí un elegante vestido de fiesta. Continué con el juego y, satisfecha, regresé a casa engalanada como una princesa y con la seguridad de que la naturaleza es sabia. «Siempre te concede aquello que necesitas». Desde entonces, durante meses, el mar me ha devuelto la felicidad y las ganas de vivir, hasta hoy, en que he escuchado un murmullo de su interior: “Ven conmigo, te necesito”.
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ResponderEliminarLa ira de Dios
ResponderEliminarUn silencio espeso acompañó ese día los tonos ocres y negros que poco a poco fueron tomando todo el cielo hasta que este, con un estruendo inaudito, literalmente se desplomó sobre la playa.
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ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu mini, es poético y dulce.
EliminarCantémosle a la noche, celebrándola tú y yo (oscuros y siniestros). Premeditada cada sombra en el recodo de nuestros cuerpos.
ResponderEliminarEl Mar como siempre, eterno. Sus arenas infinitas, cual minúsculos Chronos, escapan de nuestras manos.
Hacemos la oscuridad desde tu misterio, desde el silencio, tu boca muda, tus ojos peregrinos, mi urgencia de tí…
La noche es nuestra piel, dos en la oscuridad, amantes que fagocita el tiempo, tiempo apurado, lleno de maldad, nos odia… que se ensaña con los amores prohibidos.
Vuelvo a nuestros rituales de nubes y cielo sepia, al mar dorado, dorado por un Sol que se despide. Yo, la misma, aquella que espera febreros para amarte y gozarte. Ni esas noches ni tú llegan.
ResponderEliminarDespues de quince años algo te retuvo, tu esposa tal vez. ¡No! …no lo creo. Ella comprendió hace mucho que, a ti, nada te retiene.
Sin embargo mi intuición no se equivoca, tus e mails han sido menos, tu voz no sonaba igual, algo en tí está cambiado. Estoy convencida que existe otra mujer, una nueva, con quien inauguras atardeceres en otras playas.
REENCARNACIÓN.
ResponderEliminarCuando era un ser humano afligido por una grave enfermedad, me relajaba contemplar la foto. El sereno equilibrio entre el mar y la arena, con esa zona intermedia donde el cielo se mira en un espejo. Pero lo que más me fascinaba era la perspectiva del horizonte, como una intuición de lo infinito…
Y ahora me excita su visión y me imagino corriendo, saltando y persiguiendo cualquier cosa sobre la arena. Supongo que es porque soy un perro.
—¡Ya llegamos a la playa! —exclamaron mamá y papá al unísono.
ResponderEliminar—¡Qué bueno! ¡Me estaba muriendo de hambre! —respondió el chico con entusiasmo. Su aleta dorsal asomaba ansiosa entre las olas.
Teofanías las justas
ResponderEliminarCuentan que Dios aprovecha la espectacularidad que brinda el sol, cuando rompe entre las nubes al alba, para manifestarse a los mortales desde el cielo dictando leyes justas o bramando terribles castigos. Por esa razón, la especie humana duerme durante los brillantes amaneceres para evitar las malas nuevas. Porque Dios, eso dicen, si no hay público no aparece.
Muy bueno, te felicito. Me encantó.
EliminarAl atardecer
ResponderEliminarEl dragón enciende la tarde, mientras trata de atrapar con su fuego a la bruja que se desvanece en el aire.
Muy bueno Marina, la foto ha despertado la imaginación y fantasía que siempre caracterizan tus escritos.
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ResponderEliminarConvergencia infame
ResponderEliminarAmanece. El firmamento pare nubes amarillas y el mar generoso las bautiza con salitre.
En la orilla, una criaturita rompe el cascarón, aletargada, pero a tiempo. Huele a paz, sabe a sal. Todo parece perfecto, intuye…. y comienza la marcha sublime. Sus patitas se desplazan vertiginosas con un impulso incontenible de nadar con frenesí.
En las olas, unos amantes, locos, en fuga, se apresuran, deben regresar. Corren y ríen, las pisadas se desplazan en absurda sincronía…
La criatura se detiene.
En el cielo, una gaviota en picada celebra el tierno festín.
Paisaje
ResponderEliminar!Qué hermoso lugar escogiste! Mirá ese cielo precioso, con esas nubes divinas que parece que se quieren comer a un Sol que las ilumina y hasta se diría que las mantiene a raya. El mar se ve tan calmo que podría recostarme en un bote y dormirme una siesta sin sentir nada. Y la arena húmeda me invita a caminar por toda la playa sin agotarme ni tener malos pensamientos. Te lo dije y te lo repito: ¡me encanta tu fondo de pantalla!
MAREJADA
ResponderEliminarEn un juego que nadie controla, el mar carga a un niño en sus brazos y se lo lleva a dar un paseo. Los padres lo esperar en la orilla y las olas traen al muchacho cuando se pone el sol, es tarde.
ROMANCE DE CIELO Y PLAYA
ResponderEliminarReflejas sombras a mi paso en el camino que sigo para encontrarte. Me conforta el embrujado silencio del atardecer. Cuando desaparezcan los monstruos de cemento que bordean el litoral, nos amaremos. La encendida pasión de tu cielo fundirá la plenitud de mi playa desnuda.
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ResponderEliminarAvistar
ResponderEliminarEn la playa, un anciano vasco guía de la mano a su nieto. Le cuenta, otra vez, que fue el mejor avistador de ballenas, que determinaba la distancia escuchando su canto con una caracola y que veía su huella en la lejanía. Las palabras, como los granos de agua y las gotas de arena, modelan los sentimientos del niño. El nieto, con los ojos cerrados al mundo, pasa la lengua por los labios, granitos de sal; siente el calor del sol que arrebola su cara como a las nubes y le pregunta, por primera vez, a qué distancia podía ver.
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ResponderEliminarPIRATAS DEL CARIBE
ResponderEliminar-Para de llorar Johnny! ya hay suficiente agua en el barco!!- ordena el capitán que, valiente, desafía tempestad y miedo.
El desembarco estaba previsto para las cinco pero es el mar el que manda.
Los gigantes esperan en la orilla, impacientes, que las olas traigan la nave. Hay consenso. El castigo va a ser ejemplar. Marineros se lanzan al agua y se dejan flotar, temen su ira más que a los tiburones.
El barco se hunde, el capitán remonta y arrastrando el plástico desinflado es el primero en salir del agua y recibir con honor el azote de su papá.
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ResponderEliminarEl día ruinoso
ResponderEliminarCuando disparó, las olas todavía seguían devorando su “te quiero”.
COMA
ResponderEliminar“Lo último que recuerdo es haber estado en una playa, ante una noche generosa y negra”. Fue lo único que le contó a su familia, luego de recobrar el conocimiento.
Sin embargo, no habría día del resto de su vida en el que no fuese a acordarse de la parca, guiñándole un ojo y dándole una nueva vuelta a su reloj de arena
NO ERA GATO, PERO LA CURIOSIDAD…
ResponderEliminarEn plena puesta de sol alcanzó a vislumbrar una botella meciéndose sobre las olas. Aunque no estaba seguro, intuyó que llevaba un mensaje adentro. No pudo esperar a que llegara hasta la orilla. “¿Y si eso nunca ocurría?”, pensó. Adentrarse en el mar le llevó bastante tiempo. Lo suficiente como para que la noche lo encontrara aún nadando. Cuando finalmente logró alcanzarla, exhausto entre braceada y braceada, sacó el papel como pudo y sólo alcanzó a leer: “ahora que este mensaje ha llegado a tierra…”
KARMA
ResponderEliminarMi padre y yo solíamos pescar en esta playa antes que la ciudad invadiese las orillas. Siempre nos retirábamos muy tarde para ver el ocaso, él amaba el color de la tarde y yo amaba pintarlo. Ahora tengo un hijo que se parece a mi padre y temo perderlo en esta misma playa. El mar odia la reencarnación de sus antiguas víctimas.
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ResponderEliminarAUSENCIA
ResponderEliminarEs el silencio lo que más se aprecia. Sobre la arena, una pareja, envuelta en sus abrigos, camina lentamente. En las casas que bordean el paseo las persianas permanecen bajadas. El mar como si nada sigue su danza.
El viento me susurra que estamos fuera de temporada y el atardecer me recuerda que ya no estás aquí.
Amando Salvatierra.
ResponderEliminarAmando Salvatierra viajó por todo el mundo de polo a polo llevando un cometido secreto. Buscaba dar con la clave que tenía marcada en su nombre. Recorría todas las playas, una a una. Para él representaban un reino intermedio donde las batallas de amor se convertían en fenómenos de proporciones planetarias. La última playa que visitó aquel día tenía una huésped inesperada. La sirena lo atrajo a su mundo de calma cálida, con sus cantos y arrullos. Amando dejó huérfana la salvación de la Tierra, pero él ya había entendido para entonces que tenía que librar sus propias batallas.
El hombre y el sol.
ResponderEliminarMañana te buscaré con ansia en tu playa y la mía. Recorreré la arena sobre tus huellas, recibiendo la tibeza crepuscular de tu cuerpo. Experimentaré de nuevo el apretado abrazo que hoy nos dimos. Le soplaré al viento, que llevará raudo como digno mensajero, aquel susurro arcano olvidado por todos. Tú me enviarás tu guiño cómplice, antes de sumergirte en la mar, entre la mágica luz verde, envuelto en un manto de espuma; y quedaremos emplazados para el nuevo día. Habrá otro día que seas tú quien me veas partir. Entonces será cuando seamos al fin uno y lo mismo.
ResponderEliminarCon los pies en el suelo
Hace tiempo que no vienes, que no recibo mensajes tuyos, y no sé qué hacer. Sigo volviendo a la playa que nos vio besarnos, donde colocaste estrellas en mi pelo y juraste que la magia de nuestra historia sería eterna. Yo guardo todas las botellas con tus cartas, y mis escamas se estremecen al distinguiros allí a lo lejos. ¿Qué es lo que tiene ella que yo nunca tendré?
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ResponderEliminarRealidad paralela
ResponderEliminarElla le insistió: "Cierra los ojos. Piensa en esa playa idílica. Visualízala. Siente la brisa en tu cara y la arena bajo tus pies. Déjate llevar. Camina. Disfruta de esa paz”. Instantes después, el hombre dormía con la complacencia de un niño. Sin embargo ella observaba desconfiada ambos lados de la calle solitaria. Solo cuando comprobó que todo estaba en aparente calma, se acostó junto a él, aprovechando parte del cartón y la manta encontrada en la basura. Luego cerró los ojos, lo buscó con la mirada y al verlo descalzo, caminando tranquilamente por la orilla, corrió tras él.
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ResponderEliminarVOLVER A SER UNA FAMILIA
ResponderEliminarMi hermana menor y yo caminamos por la playa. Vamos a encontrarnos con papá. Hace años que no lo vemos y la emoción nos ha puesto nerviosas. Pero nos damos aliento y seguimos. Ya lo vemos. Está con su novia y su hijita nueva contemplando el ocaso.
Nos ponemos frente a sus narices y, mirándolo a él, comenzamos a cantarle una canción como hacíamos de niñas. Papá se pone pálido. Para completar la sorpresa, mamá y mi hermana mayor se acercan por detrás de ellos tres y disparan, eliminando a las que sobran.
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ResponderEliminarBatalla de los dioses:
ResponderEliminarHubo un terremoto cuando el sol estaba por ocultarse al otro lado de la isla. En ese momento me encontraba en la playa paseando con mi hermano y cuando el temblor pasó, inmediatamente el mar retrocedió más de cien metros. Luego vimos a Poseidón que venía montado sobre gigantescas olas. De la ciudad provenían gritos desgarradores que decían: ¡Tsunami!
Mi hermano y yo corrimos hacia el mar para detener a nuestro padre Poseidón... Cuando mi madre me despertó, las sábanas estaban mojadas y cubiertas de arena.
Más acá
ResponderEliminar¿Así que este es el Paraíso? —preguntó uno de los dos hombres.
—Sí, y se extiende de manera infinita en ambas direcciones —respondió el otro—, y allá detrás —continuó, señalando el área de las construcciones—, otra zona de hoteles baratos, pero como una imagen en el espejo, y las mismas playas eternas a la orilla de un mar igual de eterno.
—Entonces —murmuró el primero, más para sí mismo—, el Infierno...
—Sí, ¡sí!. Yo también quisiera estar en el Infierno.
Cenizas
ResponderEliminar— ¿Estás segura?
—Sí, le gustaba el sol, el viento y el agua, el eterno vaivén de las olas.
—Pero la gente vendrá por las mañanas a pasear y los niños removerán la arena buscando caracolas.
—No importa, le gustaban los niños y la gente.
— ¿Y tú?
—Vendré a que me haga cosquillas en los pies, a recoger las conchas que él me traiga, a asegurarme que está bien.
EL ANZUELO
ResponderEliminarLeo paseaba por la playa una tarde de invierno cuando encontró un grupo de cañas de pescar abandonadas. Una se agitó y al no hallarse presente el pescador decidió sujetarla. Se estableció entonces una terrible pugna entre presa y captor. El hombre tiraba con todas sus fuerzas, el pez hacía lo propio desde el agua. El tira y afloja se eternizó hasta que extenuado, Leo se dejó arrastrar al mar.