Superando sus particulares prejuicios de raza, el peón
del rey negro y el de dama blanca se abrazaron en mitad
del tablero, dando ejemplo de hermandad a los demás
peones que, avanzando como torres, alfiles e incluso
como caballos, se reunieron en torno a ellos,
muy alegres, para celebrar la hermosura de la paz. Sin
embargo, esta actitud de las bases no gustó nada al resto
de las piezas (blancas y negras) que, tras las consabidas
llamadas al orden y la firma de un pacto de no agresión,
pusieron sitio a los revoltosos para reducirlos
por hambre. Hora tras hora, los valientes peones vieron
disminuir sus fuerzas y su moral, pero cuando al
fin fueron atacados, un extraño fulgor recorrió sus ojos
y por medio de una cruenta batalla (que duró más
de seis minutos) salieron victoriosos sobre un montoncito
de serrín. ¡Oyeran ustedes los hurras de ojos
desorbitados, las interminables canciones de gargantas
roncas, y los hermosos discursos que pronunciaron los
líderes revolucionarios aupándose uno en otro! Lástima
que aquel idiota (un simple peón de torre) lo arruinara
todo al decir: «Fijáos, compañeros, cuando los
líderes se suben uno encima de otro, parecen un rey».
Pablo Gonz, La saliva del tigre, 20:13 Editores, 2010.
Cuánta razón llevaba aquel "simple peón de torre", si lo sabremos en latinoamérica.
ResponderEliminarFelicidades, Pablo, por esta publicación.