Comité Editorial

15 de marzo de 2015

Semana del 16 al 22 de Marzo de 2015.

        Un destacamento bolchevique lo saca del barracón y lo fusila sin mayor ceremonia. Miguel ha sido zar y, en estos locos tiempos, haber sido zar supone un delito. Le parece justo. Le parece el final preciso para una vida consagrada al absurdo.

No ejerció de zar la inmensa mayoría de sus años. Ni de sus meses. Ni de sus semanas. Ni de sus días. Permaneció en el cargo desde que abrió los ojos la mañana del 16 de marzo de 1917 hasta que lo puso a disposición del gobierno provisional poco antes de volver a acostarse.

Hasta ese momento, ser el primero en la línea sucesoria no le había acarreado más que desgracias. Las dos primeras mujeres que amó fueron apartadas de sus brazos por la policía secreta de su hermano, que no las consideraba dignas de un posible zar. Con la tercera burló la vigilancia y se casó en secreto. Fue desprovisto de sus bienes y condenado al exilio.

Y allí seguiría, tan ricamente, de no haber estallado la guerra y no haberse sentido en el deber de combatir junto a los suyos. Igual que aquella mañana se sintió en el deber de cargar sobre sus espaldas el odio acumulado hacia su hermano.

Estaba dispuesto a cargar con el deber pero no con la duda: pretendió que el parlamento ratificara su cargo.

No hubo acuerdo entre los parlamentarios. Miguel renunció a ser zar y volvió a dormir con la esperanza de que su azarosa condición de miembro de la familia real no volviera a acarrearle ninguna desgracia. 

Miguel II fue zar durante apenas veinticuatro horas, todo un prodigio de condensación frente a los larguísimos reinados de la mayoría de sus antecesores. Prodigio de condensación que Juan Gracia Armendáriz y Gabriel de Biurrun aplican a sus relatos. Y que Paulo Verdín (@PauloVerdin) lleva al extremo en sus ficciones en twitter.

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