Aforística
Hiram Barrios
Quien es capaz de escribir
aforismos no debería fragmentarse en ensayos.
Kraus
1.- Nada más
provocador e insolente que un buen aforismo.
(Proverbio,
máxima, refrán o sentencia son afines porque guardan un mismo saber: el
popular. “No engendra odio el corazón; engendra odio la lengua”. La conseja de este proverbio sumerio encuentra
parangón en cualquier tradición oral, antigua o contemporánea. Así, por
ejemplo, en los proverbios bíblicos atribuidos a Salomón: “El que guarda su
boca y su lengua, guarda su alma de la angustia”. El mismo consejo puede
hallarse en la cultura árabe. En el Kalila
wa-Dimna: “La palabra lanzada por el arco de la lengua, al llegar al
corazón penetra hondamente y no se arranca jamás”. En las “kenningar”
islandesas, hacia el primer siglo de nuestra era, encontramos aquella misma
lección de vida: “Espada de la boca, remo de la boca: la lengua”.
“Para
mal hablar más vale callar” reza un refrán español que recupera ese saber
ancestral que ya los sumerios exhortaban: cuida tus palabras —o, como se dice
en México: “En boca cerrada, no entran moscas”. Civilizaciones distantes, con
sistemas de valores ajenos, aconsejan conductas basadas en preceptos morales
con un mismo sustento. El aforismo, por el contrario, es una suerte de
antiproverbio. Las sentencias populares se erigen en los límites de la
parábola; el aforismo objeta, critica, trasciende la enseñanza: sabotea la
moraleja. Uno de Mark Twain ilustra las afinidades y diferencias: “Es mejor
tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar toda duda”.
La
sabiduría popular del proverbio, de la máxima o el adagio es solemne, muchas
veces grandilocuentes y carece de intenciones humorísticas; el aforismo, por el
contrario, hace con el lenguaje una fiesta, se burla de las cosas serias, las
ridiculiza, las parodia.)
2.- El aforismo no busca educar. Por eso es tan
aleccionador.
(A veces un
aforismo resulta más convincente y persuasivo que una extensa reflexión
sistemática y ordenada. Ya lo dijo Gabriel Zaid: “No hay ensayo más breve que
un aforismo”, aunque esta vinculación sea sólo una apariencia. El aforismo
juega a ser ensayo pero no lo consigue y esto se debe a la brevedad que
privilegia. No tiene tiempo para argumentar, pero parece que lo hace. Según
Guido Almansi, “es un género mentiroso que tiene la virtud de la aristocracia:
no teme equivocarse. De hecho, se equivoca siempre: se acerca a una verdad
absoluta y después la falsea por exceso de arrogancia y perentoriedad, pero en
eso está su grandeza”. Es por eso el arma principal de una filosofía portátil.
Una filosofía cómoda, manejable al antojo, llevadera: una filosofía propia de
cierta aristocracia del pensamiento. El aforismo y el discurso filosófico
tienen muchas cosas en común: si algo enseña el aforismo es a dudar de las
enseñanzas y eso es lo que ha hecho la filosofía desde su origen.)
3.- El aforismo
no es un género literario, es un género libertario.
(Nada mejor para
liberar el pensamiento que intentar un aforismo. Género privado de grilletes
formales, no lo constriñen reglas que precisen o delimiten, a diferencia de la
poesía del haikú o del epigrama. Colinda con el poema en prosa y con la
minificción, la descripción o la narración trazan sus fronteras respectivas. En
él caben el diálogo, la disquisición, las conclusiones personales, las notas
sueltas, la imagen poética, el monólogo
interno, la proclama o el manifiesto, las reflexiones angustiosas o paródicas,
incluso la anécdota, la adivinanza o el chiste: es esencialmente producto de la
hibridación.)
4.- Como las
islas, el aforismo vive separado del mundo. Le precede el silencio y éste mismo
sobreviene tras la lectura.
(Juan Villoro
clasifica a los aforistas en dos grupos primordiales: los que escriben
deliberadamente con la intención de que esas frases funcionen sueltas y los que
sumergen esas frases en textos más amplios, para que sean entresacadas por
algún lector. El Diccionario antológico
del aforismo de Irma Munguía Zatarain y Gilda Rocha Romero sigue la misma
idea: no sólo recopila el quehacer creativo de aforistas de oficio
—Lichtenberg, Krauss, Lec o Cioran—, también ofrece una copiosa selección de
frases extraídas de la narrativa, el ensayo o la poesía. Frases que, según las
antólogas, cumplen con los requisitos para considerarse aforismos: autonomía de
la idea, brevedad y concisión. Aunque
son quizá muchos más los ejemplos que pudieran extraerse del segundo grupo,
habría que centrarse en el aforismo que nace y se presenta deliberadamente como
una frase que ha de funcionar suelta. A las demás habría que considerarlas como
citas, aún con la supuesta independencia que pudiesen desplegar.
Distinguir el aforismo de la
citación permite apreciar las sencilleces, las dificultades, las limitaciones y
los alcances del género. La cita depende
de un contexto que no se puede soslayar: “Decir que el arte es todo aquello que
el artista considera como tal equivale a mitificar al artista” —escribe Jorge
Juanes. La frase anterior podría ser tomada como un aforismo pero eludir el
contexto en el que nace es cercenar el mensaje con el que fue concebido. Sólo
al integrarla al cuerpo del que se extrajo se puede comprender su relativa
independencia: “Decir que el arte es todo aquello que el artista considera como
tal equivale a mitificar al artista. Así entonces el ready-made puede servir para desmitificar o para recalcar la
excepcionalidad del artista y sus propuestas…”. La cita en cuestión pertenece
al libro Marcel Duchamp, itinerario de un
desconocido y refiere, como se ve, a una propuesta del artista francés.
Apenas expuesta sólo la parte inmediata que continúa en el texto y la supuesta
autonomía de la cita se desvanece. Algo similar ocurre en toda citación.
Parafraseando a Juanes: decir que el aforismo es toda frase breve, concisa y
autónoma equivale a falsear el género. Confundir la citación con el aforismo es
uno de los escollos más comunes en los estudios del aforismo en México. Si no
se toma en consideración la necesidad del aislamiento textual se corre el
riesgo de incluir como aforistas a decenas de escritores y pensadores que nunca
quisieron expresar ideas fragmentarias. El recorte del discurso sólo mutilaría
el sentido que tenía originalmente.)
5.-
Un puñado de palabras puede ser más
estimulante que un tratado de psicología, sociología o ética.
(Gesualdo Bufalino indican que ocho palabras
son todo lo que se necesita para un aforismo bien hecho: “Un aforisma benfatto sta tutto in otto
parole”. Acaso el número sea un buen
promedio para algunas lenguas romances, como el español:
La gasolina es
el incienso de la civilización.
Ramón Gómez de
la Serna.
***
No tomarse en
serio es algo muy serio.
Eduardo
Césarman.
***
Todas las
grandes ideas fueron plagiadas con anticipación.
Sergio Golwarz.
***
Sólo logra
satisfacernos lo que no sabríamos planear.
Nicolás Gómez
Dávila.
Se trata de un número
un tanto arbitrario —siete palabras tiene el “Dinosaurio” de Monterroso, que
por décadas ostentó el título del más corto. Pero en otras lenguas también se
cumple la observación:
Meinungen sind Kontagiös; der Gendake iste in
Miasma.
Karl Kraus.
[Las opiniones
son contagiosas; el pensamiento es un miasma.]
***
Vecchiaia: tutto diventa lontano, anche la stanza
accanto.
Carlo Gragnani.
[Vejez: todo
resulta lejano, hasta el cuarto de al lado.]
***
Good poems
resolve emotions; bad ones provoke them.
Peter Robinson.
[Los buenos
poemas resuelven emociones; los malos las provocan.]
***
Le poète trouve
d’abord. Il cherche ensuite.
Alain Bosquet.
[El poeta se
encuentra primero. Entonces busca.]
Decir
mucho con pocas palabras no es tarea sencilla. “El aforismo —escribe Raúl
Aceves— es un género breve, pero no menor”. “La brevedad —define Guillermo
Samperio— es una jirafa enana”. Pequeña, sí, pero de gran alcance. José
Bergamín va más lejos al afirmar que “El aforismo no es breve, es
inconmensurable”. Todo puede estar en ocho palabras, diez, doce: en un
puñado.)
5.- Los
aforistas, como los vinos, mejoran con los años.
(El arte de la
síntesis demanda maestría en la práctica de la escritura, experiencia de vida e
ingenio. Javier Perucho lo cataloga como “un género de la madurez vital,
intelectual y expresiva” y señala que “casi ningún escritor imberbe ha
publicado aforismos, hasta ahora, en la historia literaria”. Los practicantes
del aforismo son escritores, filósofos o agudos pensadores ya entrados en años. En México, Mariana Frenk-Westheim escribió sus aforismos cuando rebasaba los
90 años, al igual que Luis Herrera de la Fuente; Sergio Golwarz y Eduardo
Césarman lo hicieron alrededor de los 50; Leonardo Rosenberg, Salvador
Elizondo, Sergio Cordero o Armando González Torres entre la tercera y cuarta
década de sus vidas, ya con una considerable trayectoria en las letras. Hay una
coincidencia semejante entre algunos aforistas europeos: Carlo Gragniani
escribió su primer libro de aforismos a los 79 años; el polaco Stanislaw Jerzy
Lec, contemporáneo a Gragniani, a los 48
años; Robert Sabatier, a los 77 y Roger Judrin después de los 60. No es un
género privativo de la madurez pero encuentra en ella el campo más fértil para
su cultivo).
Hiram Barrios (1983). Escritor, traductor y catedrático.
Estudió Letras en la UNAM y es Especialista en Literatura Mexicana por la UAM.
Ha publicado cuentos, poemas, ensayos y traducciones para distintas revistas,
periódicos y suplementos culturales de circulación nacional. Textos suyos han
aparecido en revistas de Colombia, Venezuela, Argentina y España. Ha traducido
al español a Edoardo Sanguineti, Roberso Roversi, Donato di Poce y Fabrizio
Caramagna. Preparó la antología bilingüe Voces paranoicas de Eros Alesi
(2013). Es autor de los libros El monstruo y otras mariposas (ensayo,
2013) y Apócrifo (aforismo, 2014). Es profesor de arte y literatura en
el Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México.
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