Un hombrecillo envuelto apenas en harapos toma un puñado de sal. "Con esto sacudo los cimientos del Imperio Británico", amenaza.
Los soldados ríen. El virrey se carcajea. El parlamento inglés llora de risa.
Pero el gesto funciona como un hechizo: devuelve a los hombres el recuerdo de cuando eran libres de tomar el agua del mar en un cuenco y dejarlo secar al sol. Libres para obtener la sal tan necesaria para conservar el alimento. La sal que el imperio se apropió en régimen de monopolio.
En manos del hombrecillo, a través de sus palabras, el humilde mineral resume todas y cada una de las humillaciones y privaciones a las que les somete el imperio. Miles, millones, acuden a la orilla del mar con sus cuencos. Pronto, el carcanjeante virrey admite ser incapaz de contenerles.
Es 6 de abril de 1930. Los habitantes de la India comprueban que el imperio, aun con toda su fuerza y su poma, es un enemigo al que se puede vencer.
Esta semana tendremos los relatos de Stephen Dixon y los tuits de Cuen Twits. Y analizaremos El oscuro borde del tiempo, de Ivan Teruel Cáceres. Relatos y gestos mínimos capaces de tumbar imperios.
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