La niña zombie y yo fuimos bastante felices. Todos me advertían del peligro, pero ella me miraba con sus ojos de abismo y prometía jamás comer de mi cerebro.—Me haces falta entero —susurraba con voz dulce y agónica.
Se desvivía por mí. Y ejerció una influencia muy beneficiosa: los problemas que arrastraba con mi entorno —familia, profesorado, vecinos, compañeros y amigos—desaparecieron con la misma celeridad que los manjares de un banquete. Literalmente.
Después dejé de hacerle falta.
Fernando Remitente, Teoría del Mínimo Relato, 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios anónimos serán eliminados. Gracias por su comprensión.