Estoy harto de no tener privacidad. A cualquier hora, papá o mamá cruzan por mi habitación como si yo no existiera. Perdón, llevo prisa, pensé que no estabas, no lo vuelvo a hacer… Y qué decir de mi hermanita, para quien todas las habitaciones son la suya. El otro día fui severamente amonestado: tu actitud es vergonzante y reprobable; aquí nadie guarda secretos; te haría bien confiar un poco en tu familia.
Desde que nadie usa las puertas en esta casa, somos otros.
José Manuel Ortiz Soto, Cuervos para tus ojos, 2012.

La peor etapa en la cual permanecer por toda la eternidad.
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