Comité Editorial

25 de enero de 2013

Real

              El oso; enfurecido, impiadoso y violento; arremetió con ímpetu sobre la pequeña rubia. Ella, que no entendía lo que sucedía, cayó al suelo haciendo crujir la madera como una nota desafinada de violín. El animal abrió su hocico logrando que retumbara la habitación con un violento bramido y luego, sin dejar de gruñir, le mostró la extensión de sus gigantes colmillos. La niña, al borde del desmayo, empezó a gritar pidiendo auxilio. Pasmada, miró alrededor del cuarto con el rabillo del ojo en búsqueda de una salida. La fiera se paró en dos patas con instinto asesino y de un salto llegó hasta la chiquilla. Sacó sus garras afiladas como navajas y de un golpe certero envió a la niña contra una de las paredes. Tembló. La bestia emprendió una nueva carrera contra ella y arañó sus vestiduras. Mientras su atuendo se rasgaba, tres hilos finos de sangre brotaban como ríos hacia el suelo. Aturdida y muerta de miedo, Ricitos comprendió que no estaba en un cuento.

Esteban Dublín, Preludios, interludios y minificciones, Adéer Lyinad, 2010.

4 comentarios:

  1. Que sí que estaba en un cuento, que sólo quería jugar...

    ¡Somos unos incomprendidos!

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  2. Mal día para Ricitos...
    A veces me pregunto el por qué de tomar a los osos como animales tiernos, cuando es bien conocida su ferocidad...
    a nadie se le ocurriría poner como bondadora a una cobra o una víbora de cascabel.
    Muy buen micro.
    Saludos.

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  3. Esteban, uno de los micros que más me gustan del libro.

    Saludos.

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  4. Y ricitos queria pasar de pagina, de capitulo, de libro. ufff

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