Para mí, el proceso creativo de un microrrelato no difiere en esencia
del de los otros tipos de obras que suelo escribir (ensayos y novelas breves).
He llegado a entender que se compone de diversas fases en las que el instinto
va siendo reemplazado paulatinamente por la técnica (y me explico). Un día (por
lo general tras un periodo de inquietud más o menos prolongado), me llega una
idea, se me aparece, de un modo involuntario, como a quien le cae una gota de
agua en el hombro. Esa idea suele contener en minitatura todos los elementos
básicos de la historia, así que lo siguiente es desplegarla para verla bien,
para comenzar a entenderla. «Entender» muchas veces parte por definir, o sea,
por precisar dónde comienza una cosa y dónde termina. Cuando lo logro –esto ya
sí se logra: es el primer fruto de la voluntad y del ejercicio–, me dedico a
realizar el cuerpo del relato, a trazar (o reconocer) el camino que lleva de su
principio a su final. Es una tarea que implica más voluntad que inspiración
pero es evidente que la ocurrencia aún juega un papel importante pues al releer
el texto, me suele extrañar que eso lo haya escrito yo. Efectivamente, no lo ha
escrito tanto el yo como el mí (nuestra faceta más instintiva). La siguiente
fase es todavía más racional pues exige ponerse en la piel de los futuros
lectores y plantearse (y responderse) preguntas como: ¿Se entenderá esto bien?
¿Me falta algún elemento fundamental? Etc. Siguendo con el ejemplo del camino:
ahora se trata de trazar bien las curvas, calcular las pendientes, ahorrar
materiales donde se pueda, etc… La corrección última del texto es aún más
intelectual: requiere recordar las leyes gramaticales, consultar el diccionario
en busca del término más preciso, leer en voz alta para detectar cacofonías,
etc. Esto no quiere decir que no sea una fase creativa, pero es menos creativa
(o más técnica) que cualquiera de las anteriores.
Hasta aquí he hablado, sin embargo, de una parte del proceso (digamos
del parto y hasta que el bebé queda limpio, entre mantillas); pero el proceso
creativo (en las personas especialmente artísticas) afecta a toda su
existencia. La sensibilidad que caracteriza a estas personas se ve impresa con
muchas de las cosas que ven, que leen, que escuchan… Y por algún motivo que
desconozco –puede estar relacionado más cercana o más lejanamente con la
locura– esas impresiones se acumulan dentro del artista sin encontrar acomodo y
sin poder ser olvidadas. Por eso, un día, cuando soportamos demasiadas de esas
impresiones, sentimos un malestar que no nos deja tranquilos, que se revuelve
en nosotros hasta provocar una nueva expulsión. A veces pienso que los artistas
fueron los primeros ordenadores de la Historia: unos seres que van capturando
las piezas sueltas que componen el universo y que, tras elaborarlas (y
ordenarlas), las devuelven al mundo en forma bella. Otras veces pienso que los
artistas son como volcanes, encargados de traer a la superficie de la tierra
magmas nuevos.
Para terminar, apuntaré aquí unas palabras de Vladímir Nabókov,
extraídas de su Curso de literatura europea (pág. 550 de
558), que me ayudarán (creo) a explicar mis intuiciones: «La lengua rusa,
aunque relativamente pobre en términos abstractos, define dos tipos de
inspiración: vostorg y vdokhnovenie, que pueden
parafrasearse como «rapto» y «recuperación». La diferencia entre una y otra es
sobre todo de intensidad; la primera es breve y apasionada, la segunda fría y
sostenida. Hasta ahora me he estado refiriendo a la pura llama del vostorg, al rapto inicial, que
no se propone ningún objetivo consciente pero que es importantísimo a la hora
de conectar la disolución del viejo mundo con la construcción del nuevo. Cuando
llega el momento y el escritor se pone a escribir su libro, confiará en la
segunda y serena clase de inspiración, en la vdokhnovenie, compañera
fiel, que ayuda a recuperar y reconstruir el mundo».
Pablo Gonz (natural de Sevilla, radicado en Valdivia, Chile). Ha escrito las novelas La pasión de Octubre, Experto en silencios, Los hijos de León Armendiaguirre, Libertad, entre otras; y el libro de minificción, La saliva del tigre.
Un placer leer la sabiduría del Sr. Gonz.
ResponderEliminarComo siempre, Pablo, te leo para aprender.
ResponderEliminarFortísimo abrazo
Yo creo que te entiendo más a ti, Pablo, que a Nabokov.
ResponderEliminarPero lo he entendido también.
Me encanta leer los procesos creativos de otros. A Pablo no me lo imaginaba de otra forma, la verdad.
Abrazos
Gracias a la Internacional (personalmente a José Manuel Ortiz) por permitirme la expresión de estas ideas y sentimientos. También a los comentaristas por tan hermosas palabras.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo a todos,
P