Comité Editorial

31 de octubre de 2014

Proceso creativo de Pablo Gonz

     Para mí, el proceso creativo de un microrrelato no difiere en esencia del de los otros tipos de obras que suelo escribir (ensayos y novelas breves). He llegado a entender que se compone de diversas fases en las que el instinto va siendo reemplazado paulatinamente por la técnica (y me explico). Un día (por lo general tras un periodo de inquietud más o menos prolongado), me llega una idea, se me aparece, de un modo involuntario, como a quien le cae una gota de agua en el hombro. Esa idea suele contener en minitatura todos los elementos básicos de la historia, así que lo siguiente es desplegarla para verla bien, para comenzar a entenderla. «Entender» muchas veces parte por definir, o sea, por precisar dónde comienza una cosa y dónde termina. Cuando lo logro –esto ya sí se logra: es el primer fruto de la voluntad y del ejercicio–, me dedico a realizar el cuerpo del relato, a trazar (o reconocer) el camino que lleva de su principio a su final. Es una tarea que implica más voluntad que inspiración pero es evidente que la ocurrencia aún juega un papel importante pues al releer el texto, me suele extrañar que eso lo haya escrito yo. Efectivamente, no lo ha escrito tanto el yo como el mí (nuestra faceta más instintiva). La siguiente fase es todavía más racional pues exige ponerse en la piel de los futuros lectores y plantearse (y responderse) preguntas como: ¿Se entenderá esto bien? ¿Me falta algún elemento fundamental? Etc. Siguendo con el ejemplo del camino: ahora se trata de trazar bien las curvas, calcular las pendientes, ahorrar materiales donde se pueda, etc… La corrección última del texto es aún más intelectual: requiere recordar las leyes gramaticales, consultar el diccionario en busca del término más preciso, leer en voz alta para detectar cacofonías, etc. Esto no quiere decir que no sea una fase creativa, pero es menos creativa (o más técnica) que cualquiera de las anteriores.
Hasta aquí he hablado, sin embargo, de una parte del proceso (digamos del parto y hasta que el bebé queda limpio, entre mantillas); pero el proceso creativo (en las personas especialmente artísticas) afecta a toda su existencia. La sensibilidad que caracteriza a estas personas se ve impresa con muchas de las cosas que ven, que leen, que escuchan… Y por algún motivo que desconozco ­–puede estar relacionado más cercana o más lejanamente con la locura– esas impresiones se acumulan dentro del artista sin encontrar acomodo y sin poder ser olvidadas. Por eso, un día, cuando soportamos demasiadas de esas impresiones, sentimos un malestar que no nos deja tranquilos, que se revuelve en nosotros hasta provocar una nueva expulsión. A veces pienso que los artistas fueron los primeros ordenadores de la Historia: unos seres que van capturando las piezas sueltas que componen el universo y que, tras elaborarlas (y ordenarlas), las devuelven al mundo en forma bella. Otras veces pienso que los artistas son como volcanes, encargados de traer a la superficie de la tierra magmas nuevos.
Para terminar, apuntaré aquí unas palabras de Vladímir Nabókov, extraídas de su Curso de literatura europea (pág. 550 de 558), que me ayudarán (creo) a explicar mis intuiciones: «La lengua rusa, aunque relativamente pobre en términos abstractos, define dos tipos de inspiración: vostorg y vdokhnovenie, que pueden parafrasearse como «rapto» y «recuperación». La diferencia entre una y otra es sobre todo de intensidad; la primera es breve y apasionada, la segunda fría y sostenida. Hasta ahora me he estado refiriendo a la pura llama del vostorg, al rapto inicial, que no se propone ningún objetivo consciente pero que es importantísimo a la hora de conectar la disolución del viejo mundo con la construcción del nuevo. Cuando llega el momento y el escritor se pone a escribir su libro, confiará en la segunda y serena clase de inspiración, en la vdokhnovenie, compañera fiel, que ayuda a recuperar y reconstruir el mundo».

Pablo Gonz (natural de Sevilla, radicado en Valdivia, Chile). Ha escrito las novelas La pasión de Octubre, Experto en silencios, Los hijos de León Armendiaguirre, Libertad, entre otras; y el libro de minificción, La saliva del tigre.

4 comentarios:

  1. Como siempre, Pablo, te leo para aprender.
    Fortísimo abrazo

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  2. Yo creo que te entiendo más a ti, Pablo, que a Nabokov.
    Pero lo he entendido también.
    Me encanta leer los procesos creativos de otros. A Pablo no me lo imaginaba de otra forma, la verdad.
    Abrazos

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  3. Gracias a la Internacional (personalmente a José Manuel Ortiz) por permitirme la expresión de estas ideas y sentimientos. También a los comentaristas por tan hermosas palabras.
    Un fuerte abrazo a todos,
    P

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