Mi proceso creativo tiene
mucho que ver con tres características de mi personalidad: la atención flotante
(el estar atento a muchos estímulos de mi alrededor de manera simultánea), lo
que me lleva a percibir fragmentos de frases y de imágenes casi todo el tiempo;
una imaginación muy activa, que intenta siempre armar algo con esos fragmentos;
y un humor que podría calificarse de ácido, negro y/o retorcido. Esas tres
características son el caldo de cultivo para una creación permanente de
chistes, ocurrencias e historias (que unas veces quedan dentro de mi cabeza y
otras salen como disparadas, lo que puede llegar a irritar un poquito a mis
interlocutores).
La mayor parte de
esas ocurrencias no llegan ni a transformarse en proyectos de textos. Pero
otras sí y, entonces, les empiezo a dar forma en mi cabeza.
Lo primero que hago
mientras voy masticando una idea es interiorizarme bien en el tema si hay algo
del mismo que desconozco. Creo que uno debe escribir acerca de lo que sabe o,
al menos, informarse de un tema antes de escribir algo referido al mismo.
Y como para mí una
microficción tiene que ser redonda, no debe dejar cabos sueltos (aunque puede y
debe dejar vacíos para que el lector construya e interprete, que es otro tema)
y debe decir mucho más que lo que expresa (haciendo de la condensación y de la
economía de palabras recursos fundamentales), no me siento a escribir hasta que
el texto no está lo suficientemente rumiado y pulido en mi cabeza.
Es por esto que en
el acto de escribir (de sentarme frente a la computadora a teclear), es muy
poco el tiempo que utilizo.
Y después de haber
escrito un texto, lo releo varias veces en silencio y en voz alta en busca de
incoherencias, cacofonías, rimas distractoras y palabras que no digan
exactamente lo que yo tenía la intención de expresar. Entonces, recurro a
diccionarios comunes y de sinónimos y antónimos.
Luego, el texto pasa
por el filtro de ser leído por familiares y amigos, con el fin de ver si es
entendible (si la idea en sí o la redacción no son demasiado rebuscadas) y de
otros escritores que puedan hilar fino en corregir esas sutilezas que a todos
se nos pasan en los textos propios.
Y, cada tanto, releo
los textos que he ido escribiendo y muchas veces les voy encontrando cositas
para corregir. Por eso, no suelo publicar en mi blog ni en ningún otro lado
textos demasiado recientes.
Leonardo Dolengiewich. Nació en 1986 en
Mendoza, Argentina. Es estudiante de Psicología y escritor. Sus microficciones
han sido publicadas en antologías, revistas literarias y sitios web
especializados en el género, tanto de Argentina como de Chile, Perú, México y España.
Participó en las IV Jornadas Nacionales de Minificción (Mendoza, 2011) y en la
Jornada Trinacional de Microficción: Argentina, Chile y Perú (Santiago de
Chile, 2014). Su primer libro, que se titulará “La buena cocina”, verá la luz en
el año 2015. Publica sus textos en: Me podés leer acá.
Olé. Un escritor así dispone de una herramienta de crecimiento perpetuo.
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