La minificción y mi proceso
creativo
Haré
un preámbulo para decir que la minificción surgió en mí después de leer El cuento, revista de imaginación,
publicada por el maestro Edmundo Valadés. Un amigo me la regaló y esa misma
noche me senté a leerla. Quedé sorprendida, me parecía fabuloso que, con tan
pocas palabras, pudieran escribirse historias completas. Las leí todas,
saboreándolas individualmente, deleitándome con la complicidad del lector que
requerían algunas, con los juegos de palabras, la poesía, los aforismos, los
finales sorpresivos… A las dos de la mañana estaba yo saturada de ellas y me
sentí capaz de escribir una. A la
primera minificción que escribí en mi vida, le puse por título “Deseos”. Era
larga, de casi tres cuartos de cuartilla. Empecé a quitarle todo lo que le
sobraba hasta dejarla de cuatro renglones. Me gustó, con ella participé en el
Concurso Permanente de Minificciones, de la revista El Cuento, y lo gané. Quedé
sorprendida y a la vez orgullosa de ese logro. A partir de entonces escribo
minificciones y me fascina hacerlo.
Al
inicio, mi proceso creativo se daba a partir de una dinámica en que la
frase “Qué pasaría si…” disparaba mis ideas. Esta frase la aprendí en
el taller del maestro Edmundo Valadés, donde tuve la fortuna de asistir. Qué
pasaría si Pinocho se enfermara, dijo el maestro, y yo imaginé un Pinocho
vencido por todas las plagas de la
madera, desmoronándose, podrido por hongos y bacterias, y escribí un cuentito
llamado “Postrimería”, que a él le gustó mucho. Desde entonces, mis minificciones
surgen a partir del “Qué pasaría si”… Los 61 cuentos mínimos de mi libro Hadas
ebrias surgieron a partir de esa dinámica, ¿Qué pasaría si Caperucita, en
lugar de ser roja, fuera blanca? ¿Qué pasaría si el patito feo se pagara
cirugías estéticas para ser todo un galán? El Qué pasaría si… me remonta a
situaciones fantásticas.
Otra
de las cosas que aprendí en el taller del maestro Valadés es ir preparada cada
que salgo a la calle, porque en el trayecto puedo encontrarme a un personaje
que motive un cuento. Las armas para atraparlo son una pluma y una pequeña
libreta. Yo salgo a buscarlos. Personaje puede ser desde una piedra hasta una
sonrisa. Si encuentro alguno interesante, lo ligo a la frase de “Qué pasaría
si…” y la mente se pone a elucubrar.
Otro
de los procesos creativos se me activa en talleres literarios, cuando me dejan
escribir un cuento con un tema determinado. Me gusta crear de esta manera, considero
un reto machacar el tema hasta que surja la trama de un cuento.
Al
escribir minificciones, en mí pasa algo que no me sucede con los cuentos
largos: pasa que tengo el final antes de tener la historia. Siempre surge el
final, muchas veces disparado por el “Qué pasaría si…” o por alguna idea que
traía atorada. Mi interés se centra entonces en “rellenar”, la historia, hacer
que el cuento se ajuste a ese final interesante y sorpresivo que ya tengo.
Me
ha pasado que yendo en el metro en horas pico, entre el apretujamiento, cargada
de bolsas o libros, surge la idea, se da el final y de pronto tengo en la
cabeza un cuento completo. Aferrada como voy a los tubos del transporte, trato
de librarme del hacinamiento y hurgo en mi bolsa hasta encontrar la pluma y el
cuaderno. Sin soltar el tubo y haciendo malabares, escribo el final, luego me
pongo a buscarle un inicio lógico y un nudo en que la tensión vaya creciendo
hasta el clímax. Sin importarme la gente, entusiasmada por lo creado, leo y
releo lo escrito en voz alta, tacho, reescribo, armo, hasta quedar
momentáneamente satisfecha.
Por
lo regular, descanso mis textos unos días. Cuando vuelvo a sacarlos los corrijo
de cuatro a seis veces, podando hasta quedar convencida de que dejé sólo las
palabras precisas. Entonces lo imprimo y lo archivo. Alguna vez vuelvo a
sacarlo y sigo trabajándolo, soy obsesiva en ese aspecto, dejo de corregir un
cuento hasta que lo veo publicado.
Queta Navagómez (Bellavista, Nayarit, México). Ha ganado el Premio Nacional de Cuento “Álica de Nayarit” 1995 y después el Premio Nacional Bienal de Poesía “Alí Chumacero” 2003-2004, además de otros premios literarios. Ha publicado libros de cuento, poesía, novela histórica. Entre sus trabajos de minificción destacan: ganar el concurso de Cuento Brevísimo de El Cuento Revista de imaginación del No. 110-111 y No. 114-115; ser parte de la Antología de Cien cuentos brevísimos de Latinoamérica, y publicar los libros Aquí no ha terminado, cuentos brevísimos, Editorial La tinta de Alcatraz, Toluca, Estado de México 1993 y Hadas ebrias, cuentos mínimos, Editorial UNAM, FES Zaragoza, México 2006.
Gran creadora y exponente de la minificción. Pulcritud, humor, originalidad e imaginación, algunas de tus virtudes narrativas, nada fáciles de alcanzar. A escribir más, Queta. ¿Dónde se consiguen tus libros, como el de Hadas ebrias?
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